El
telefonista miraba tembloroso la pantalla del computador, mientras
traspiraba copiosamente por el auricular sujeto a su cabeza. Nunca
hasta ese momento había sentido tanto miedo, y ni siquiera tenía
claro si era o no justificado.
El
telefonista llevaba cerca de doce años trabajando en un servicio de
cobranzas en que su trabajo consistía en llamar deudores y
amedrentarlos respecto de lo que les pasaría si seguían sin pagar
sus deudas. Muchas veces los montos eran ínfimos y eran deudas con
atraso de uno o dos meses; sin embargo su trabajo no era evaluar esas
circunstancias sino simplemente llamar a toda la gente del listado y
dejar consignado si obtenía o no respuesta. En general no más del
diez por ciento de los llamados contestaban, y en general de ellos un
noventa por ciento se ponía al día en sus deudas; por ello, dentro
de su trabajo siempre era bien evaluado.
Esa
mañana el hombre empezó a llamar temprano. Cerca de las diez de la
mañana llamó a un número de red fija, desde donde le respondió
una voz de mujer añosa. En la pantalla aparecía una deuda de cien
mil pesos, cifra bastante exigua para otras que le habían tocado,
sin embargo le tocaba dar todo su discurso de costumbre y quedar en
espera de la respuesta. Luego de hablar por cerca de tres minutos
amenazando con demandas, embargos y demases, su interlocutora quedó
en silencio. De pronto la voz añosa respondió en un tono bastante
duro, nombrándole hechos acerca de su pasado que sólo eran sabidos
en su familia, y que dicha llamada le costaría la vida. El hombre
sin saber qué hacer, cortó la llamada.
Cinco
minutos más tarde, el hombre sudada copiosamente. La puerta del piso
donde estaba fue golpeada violentamente, y su jefe se paró algo
asustado a abrir. El telefonista no sabía qué pensar, y temía que
la anciana hubiera enviado algún asesino a sueldo o tal vez algo
peor; de pronto en la conversación de su jefe con los visitantes
creyó escuchar su nombre, luego de lo cual sendos pasos se
dirigieron a su cubículo. Tal fue la tensión que el telefonista
sufrió un colapso cardíaco, falleciendo en el instante. Cinco
segundos más tarde apareció su jefe junto con una mujer mayor, que
según decía venía a agradecer por recordarle una deuda que había
olvidado debido a su memoria alterada por la edad. Al ver el cadáver
en la silla su jefe se consternó, y la anciana esbozó una tenue
sonrisa.