El
ejecutivo de cuentas del banco miraba la pantalla de su terminal
mientras su mente volaba a eones de distancia. Esa semana había sido
bastante complicada en su casa por lo que le costaba demasiado
concentrarse en el trabajo. Había peleado con su esposa, su madre
estaba enferma y su hijo estaba hospitalizado hacía ya diez días
por una enfermedad respiratoria que le impedía respirar normalmente.
A su esposa le costaba entender que él estuviera tan preocupado de
su madre como de su hijo, lo que había llevado a la pelea entre
ambos. El hombre estaba preocupado por la salud de su hijo pero
entendía que estando hospitalizado estaba en un lugar seguro donde
siempre estaría vigilado; sim embargo su madre se había negado a
controlarse con médico, lo que lo estresaba sobremanera al no saber
qué hacer para ayudar a su progenitora. Su vida estaba pies arriba,
y esperaba que lo antes posible la situación mejorara.
Justo
antes de la hora de cierre de atención a público, el ejecutivo vio
aparecer a dos personas conocidas por la puerta del banco. El hombre
no cabía en sí de alegría al ver llegar a su madre con su hijo de
la mano; de inmediato el ejecutivo los hizo pasar a su cubículo y
los acomodó en las dos sillas frente a su escritorio. Su madre le
explicó que había ido a buscar al pequeño al hospital y luego
ambos habían decidido ir a verlo. El hombre por fin podía estar
tranquilo al ver a su madre sin dolores y a su hijo respirando
normal. Luego de media hora conversando animadamente la mujer le dijo
que debían irse pues debía llevar al pequeño con su madre. Ambos
se despidieron efusivamente de él; antes de irse su madre le dijo
que lo quería mucho, y que se cuidara.
Media
hora más tarde su esposa lo llamó y le contó que había llegado a
su casa su suegra con su hijo, y que habían estado conversando por
más de media hora. El hombre no entendía cómo su madre y su hijo
no habían demorado nada en un trayecto de diez kilómetros. Pero
luego la mujer le dijo algo demasiado extraño: del hospital la
habían llamado para que se presentara urgente, justo cuando su
suegra y su hijo ya no estaban en el lugar.
Veinte
minutos más tarde volvió a recibir una llamada de su mujer llorando
desconsolada: su hijo había fallecido justo a la hora en que él los
había recibido en su oficina. Luego del desconcierto y la pena
incontrolable, un impulso llevó al hombre a llamar a la conserjería
del edificio donde vivía su madre: al contestar, el conserje le dijo
con voz apesadumbrada que había encontrado el cuerpo de su madre
fallecida, y que según la gente de la ambulancia había muerto no
más allá de dos horas. El hombre no entendía nada: en ese momento
su jefe sin saber nada le preguntó si se sentía bien, pues el
guardia le había contado que una hora atrás lo había visto
conversando en el cubículo sin que hubiera nadie en el lugar. El
ejecutivo volvió a mirar la pantalla de su terminal; si no supiera
que solo estaba acompañado de su jefe, hubiera jurado ver el reflejo
de su madre y de su hijo despidiéndose de él para luego
desaparecer, dejándolo sumido en su pena eterna.