El
hombre miraba el espejo del bar en la barra. En él veía un rostro
viejo y cansado, que debería estar en su casa durmiendo a esa hora
para recuperar fuerzas para el trabajo de la semana. Sin embargo
estaba en la barra del bar bebiendo su tercer whisky de la noche, sin
saber cuál sería su cuota de esa jornada. El hombre miraba sus
canas, y sabía la historia de cada una, pues cada cana era la marca
de algo que había hecho mella en su vida. De pronto el hombre miró
con detención el espejo, y vio un enorme mechón que no había
notado hasta ese entonces.
El
hombre entonces notó que estaba en realidad demasiado cansado, y que
si se quedaba en la barra terminaría quedándose dormido. Para
conservar su dignidad pagó la cuenta y emprendió camino a casa, aún
con un paso firme, aunque algo inestable. Media hora después había
llegado a su casa, donde lo esperaba un gato viejo y mañoso, que
sólo le pedía comida para luego dejarlo botado con su soledad de
siempre.
El
hombre alimentó al gato, y dejó abierta la ventana de la cocina
para que una vez saciado, volviera a salir sin problemas. Luego se
hizo un sándwich con lo que quedaba en el refrigerador, y se sentó
a comer frente al televisor con la luz apagada.
El
hombre miraba el televisor sin tomar en cuenta lo que veía. De
pronto terminó el programa que estaban emitiendo, y empezó un
noticiario nocturno. El hombre vio que la periodista le daba el pase
a un colega, quien mostraba un lugar parecido al bar que frecuentaba,
rodeado de policías, con cintas plásticas para aislar el lugar, y
personas con buzos blancos moviéndose por doquier. El periodista en
el lugar comentaba que un hombre loco sacó un arma en el bar y
empezó a disparar a diestra y siniestra; luego agregó que uno de
los asistentes al lugar era un policía de civil que usó su arma. El
resultado final fueron seis muertos, incluido el homicida.
El
hombre empezó a mirar entonces las fotos de los fallecidos, y se
estremeció al reconocer al barman y a una de las meseras; en ese
instante agradeció al cielo haber salido a tiempo del lugar. De
pronto apareció una fotografía suya: en el generador de caracteres
aparecía su nombre, bajo el cual decía “autor de los disparos”.
En ese instante se dio cuenta que no había sándwich en la mesa, y
que su gato seguía pidiéndole una comida que jamás le llegaría.