El
alumno había llegado tarde esa mañana al colegio. Luego de rogarle
por al menos cinco minutos al inspector general logró que lo dejaran
entrar; el inspector sabía de los problemas del joven y tenía claro
que una suspensión por atraso le traería demasiadas dificultades al
muchacho, por lo que decidió ayudarlo en esa ocasión, no sin antes
advertirle que sería su última oportunidad. El muchacho miró a los
ojos al inspector y le prometió que esa sería su última falta.
El
muchacho entró atrasado a la sala, y luego de darle explicaciones al
profesor y de aguantar las bromas de sus compañeros, pudo pasar a
sentarse a su puesto, en la última fila de la sala. En dicho lugar
el grupo de los revoltosos empezó a molestarlo como ya era costumbre
desde hacía once años, pues todos habían entrado juntos en primero
básico y ahora estaban por egresar de cuarto medio. El profesor vio
el acoso sufrido por el joven pero no dijo nada; desde hacía cuatro
años había tomado ese curso y siempre había sido así, y en la
oportunidad en que denunció la situación recibió la visita del
padre del muchacho, quien le dijo que no se volviera a meter pues él
estaba criando a un hombre y no a un maricón, por lo que simplemente
desistió de su intento por corregir a los estudiantes.
El
muchacho salió atrasado al recreo, pues se quedó haciendo algo con
su mochila. El profesor vio cómo el joven luchaba con el cierre del
bolso, hasta que al parecer logró destrabarlo. El muchacho al salir
le dijo al profesor que necesitaba pedirle un favor enorme, que
necesitaba que por favor le comprara una colación especial en un
local que estaba a tres cuadras del colegio, pues era diabético y se
le había quedado el almuerzo en la casa. El profesor miró extrañado
al muchacho, pues en general los alumnos le hacían esos pedidos al
portero, pero ya que no tenía clases sino hasta una hora más,
aceptó.
El
profesor estaba por llegar al local. En ese instante un sonido
ensordecedor se dejó sentir, y una onda expansiva lanzó al profesor
a tres metros en el aire. Al recuperar la conciencia miró hacia el
edificio del colegio, el cual había perdido más de la mitad de su
estructura por la explosión. El hombre fue socorrido media hora
después por una ambulancia, donde comprobaron que sólo tenía
trauma acústico y lesiones menores. Al pasar el día y al llegar la
tarde, se enteró que el padre del muchacho trabajaba en demoliciones
con explosivos, que esa mañana había llevado su mochila cargada con
explosivos de alto poder, y que la había colocado en los pilares del
edificio para asegurar la mayor destrucción posible. El muchacho
salvó al profesor quien fue el único en intentar ayudarlo. Casi al
caer la noche llegó el padre del muchacho al colegio; en su rostro
sólo se dejaba ver una expresión de orgullo.