“No
sé qué hacer” repetía en su mente el muchacho mirando el cadáver
de una joven mujer que yacía en su cama con una enorme herida
cortante en su cuello de la cual había manado la sangre que cubría
por completo toda la ropa de cama y que además había ensuciado el
piso de su habitación. El muchacho ni siquiera recordaba cómo había
vuelto a su casa, a qué hora, y por qué lo había acompañado esa
mujer.
El
muchacho miraba a cada rato el rostro de la joven a ver si lograba
recordar algo, pero su memoria estaba completamente bloqueada. De
pronto apareció su madre en su dormitorio, sin que el joven
alcanzara a reaccionar. Su madre miró a la muchacha en la cama, y le
dijo a su hijo que el desayuno ya estaba servido.
El
joven desayunaba consternado en el comedor. Su madre tenía puesto el
noticiario de mediodía en televisión, y le hablaba al muchacho
acerca de lo que había visto en televisión la noche anterior. De
pronto el joven escuchó fuertes ruidos en su habitación: a los
pocos minutos apareció su padre con una bolsa para transporte de
cadáveres llevando lo que al parecer era el cuerpo de la muchacha.
El hombre miró serio al muchacho, y le dijo que luego conversarían.
Diez
minutos más tarde el hombre entró al comedor, el muchacho lo miró
temeroso tratando de pensar qué decirle a su progenitor. El hombre
lo miró, acarició su cabellera, y le dijo que debería aprender a
desaparecer los cuerpos luego de asesinar a sus víctimas. El
muchacho lo miró sorprendido sin entender nada. En ese momento ambos
padres se sentaron ante él, y le explicaron que ellos eran miembros
de una casta de varias generaciones de asesinos rituales, que
pertenecían a una suerte de secta, y que llevaban siglos asesinando
gente y quemando los cadáveres para no dejar rastros. El muchacho
escuchaba con horror la frialdad con que sus padres le contaban dicha
historia. La pareja luego guardó silencio y siguieron tomando su
desayuno, mientras el muchacho se dirigía a su habitación,
dispuesto a cortar la tradición. Buscó en su closet donde guardaba
un machete desmalezador, se devolvió al comedor y con dos certeros
cortes asesinó a sus padres, para luego ir a la habitación de
ellos, encontrar bolsas para cadáveres en los cuales metió sus
cuerpos para llevarlos a un sitio eriazo y quemarlos, y así olvidar
para siempre su herencia. Lo que el joven no sabía, era que el
asesinato y la incineración de los padres era el segundo homicidio
de la casta, lo que aseguraba la persistencia de la tradición
familiar.