La
añosa mujer tomaba café desesperadamente, casi sin medir las
cantidades. La mujer tenía diagnóstico de hipertensión hacía ya
quince años, y lo primero que su médico le prohibió fue dicha
bebida. Sin embargo lo que estaba viviendo cada noche la tenía tan
desesperada que necesitaba no dormir si quería seguir sobreviviendo.
O al menos eso sentía ella al despertar cada mañana luego de una
recurrente pesadilla.
La
mujer ya había bebido nueve o diez tazas de café desde las nueve de
la noche, y pensaba seguir bebiendo más. El solo recordar su
pesadilla la angustiaba cada vez más y más. En su sueño la mujer
se veía caminando por una calle irreal que daba a la entrada de un
cementerio viejo. Al entrar la mujer se encontraba con lápidas que
tenían fechas del siglo XIX, pero con nombres de gente conocida por
ella. La mujer veía los nombres de sus padres y de sus hermanos que
ya habían fallecido, pero también de hijos y sobrinos jóvenes, lo
que la incomodaba dentro de su sueño. Al seguir avanzando encontraba
nombres de vecinos que aún estaban vivos, y de gente de la cual no
conocía su suerte. Al final de la fila de lápidas estaba una con su
nombre, que tenía su fecha real de nacimiento, pero que a cada noche
cambiaba su fecha de deceso, y esa fecha cada día estaba más y más
cerca de la fecha actual no por el natural paso del tiempo, sino
porque cada noche desaparecían treinta o cuarenta días de vida. La
noche anterior su fecha de deceso aparecía en una semana más.
La
mujer había llamado esa tarde a su mejor amiga para contarle lo que
le sucedía. La añosa mujer hubiera esperado que su amiga muriera de
la risa con su relato y le hubiera dicho que se tranquilizara, que
todo era una simple pesadilla; sin embargo su amiga explotó en
llanto, luego de lo cual le contó que a su marido le había pasado
lo mismo y que hacía cinco días había amanecido muerto. La mujer
ahora estaba desesperada, y había decidido no dormir esa noche para
no poder ver la nueva fecha de deceso en su pesadilla. Sin embargo su
cerebro decidió lo contrario, y a la vigésima taza de café se
quedó dormida en la mesa del comedor.
La
mujer se vio caminando por la calle irreal, entró al cementerio, vio
las lápidas de familiares y conocidos, y finalmente llegó a su
tumba. Al ver su lápida quedó perpleja, pues la nueva fecha de
deceso había pasado dos días atrás. De pronto la mujer se vio en
su dormitorio acostada, sin respirar, y con la piel de color violeta
pálido. Al caminar por su casa vio que todo estaba tal y como lo
había dejado dos días atrás. Al ir a la cocina descubrió que no
tenía café en su despensa. Ninguna pieza de vajilla había en la
mesa del comedor. De improviso una imagen conocida apareció frente a
ella: era el alma de su amiga que había muerto cinco días atrás en
el sueño, dejando viudo a su marido, y que había venido a buscarla
desde hacía cinco noches, pues no quería emprender el largo viaje
sin compañía.