Hacía
poco que había aclarado esa mañana de otoño. Desde hacía días
que se había hecho más notorio el cambio de estación: las mañanas
y las noches estaban más frías, los días duraban menos, la noche
empezaba a ganarle tiempo al día, y poco a poco las nubes y el color
sombrío en el ambiente se apoderaban del entorno. Esa mañana el
jardinero había empezado a trabajar casi a oscuras en el parque
público que debía cuidar; estaba medianamente abrigado, pues sabía
que a la tarde haría calor y no tendría dónde guardar la ropa en
medio de su incidental lugar de trabajo.
El
jardinero se había preocupado de regar el césped lo más temprano
posible; a la hora de la salida del sol ya estaba recogiendo hojas
caídas en el pasto y arreglando las tazas de los árboles del
sector. De pronto notó en la superficie de uno de los plátanos
orientales una especie de agujero, como si alguien le hubiera hecho
un hoyo al árbol. Al acercarse vio que efectivamente la corteza se
había soltado, y un agujero como de veinte centímetros se dejaba
ver en la superficie. Al mirar con mayor detención vio que bajo la
corteza no se veía la corteza interna sino una imagen de color
negro; era incomprensible para el jardinero lo que estaba viendo,
parecía que alguien hubiera pintado de negro debajo de la corteza
suelta del árbol. El hombre intentó tocar la superficie negra, y se
llevó una gran sorpresa.
El
jardinero metió la mano bajo la corteza rota. Su mano siguió de
largo, y cuando se dio cuenta tenía el brazo metido en el árbol
hasta el hombro; rápidamente lo sacó, y vio que su piel se había
estirado, había perdido el bronceado característico de su trabajo
al sol, y que se notaba más elástica que antes, como si hubiera
rejuvenecido. El hombre miró sorprendido lo que le había pasado, y
acercó su rostro lo más que pudo para mirar al interior del árbol.
Al observar con cuidado vio que el agujero no parecía tener fin;
inmediatamente asoció lo que veía a los agujero negros que contaban
en televisión los astrónomos y las películas de ciencia ficción.
En ese instante una especie de fuerza empezó a atraer su cuerpo, y
sin darse cuenta el agujero se enanchó lo suficiente para absorber
por completo su cuerpo, luego de lo cual la corteza se cerró sin
dejar huella. El extraño árbol carnívoro ya tenía el alimento
para ese año, y quedaba esperar al año siguiente a que otro animal
cayera en su señuelo, y a que ningún botánico o biólogo lo
identificara como especie.