El
astrónomo estaba desconcertado, y algo frenético. Llevaba cerca de
tres horas revisando una y otra vez los datos de la computadora, y
simplemente le parecía increíble la información que entregaba el
ordenador. Sólo le quedaba un paso para dar, y si salía positivo
debería empezar a comunicarse con otros observatorios, corriendo el
riesgo de quedar en vergüenza si es que su análisis estaba errado.
Pero la importancia de su descubrimiento era tal que debía avisarlo
si no le quedaba lugar a dudas.
El
astrónomo trabajaba en una suerte de red mundial de detección de
asteroides en ruta de colisión con la Tierra, cuyo objetivo era
avisar con tiempo la presencia de algún cuerpo celeste que pudiera
en algún instante revestir peligro para la integridad del planeta.
La red de telescopios escaneaba a tiempo completo el cielo para
emitir alertas que permitieran tomar medidas a tiempo si es que
existiera la posibilidad de algún impacto. Esa tarde uno de los
radiotelescopios detectó un cuerpo eventualmente peligroso; el
astrónomo vio la información, e inmediatamente se dio cuenta que
debería haber un error, pues según los datos el cuerpo de
quinientos metros de diámetro impactaría la superficie de la Tierra
en 48 horas, cosa que era imposible pues debería haberse detectado
al menos con un año de anticipación. El astrónomo empezó a
cotejar datos de otros radiotelescopios del observatorio, y todos
arrojaban el mismo resultado.
El
astrónomo estaba empezando a desesperarse, todos los datos
concordaban y no parecía haber error en el descubrimiento. Ya había
oscurecido, por lo que había llegado el momento de hacer observación
directa del cielo para ver con un telescopio óptico lo que los
radiotelescopios y computadores habían encontrado. El profesional
alineó el telescopio según las coordenadas arrojadas por el
sistema, y al mirar por el visor descubrió que todos los
computadores se habían equivocado. El hombre suspiró, y dio el
aviso correspondiente.
El
astrónomo estaba sentado al aire libre, fuera del edificio que
albergaba los aparatos del observatorio. En el suelo había una
botella de whisky, un vaso, y una bolsa de hielo. El telescopio
óptico le permitió darse cuenta del error de los computadores: el
asteroide no llegaría en 48, sino en 4,8 horas desde la última
alerta. Luego de confirmado el hallazgo el profesional se comunicó
con el resto de la red, quienes también habían llegado a la misma
conclusión. La decisión que tomaron fue la más racional posible en
ese momento: no dar aviso a nadie, y sentarse a ser espectadores de
primera fila del más grande espectáculo que vería la humanidad en
toda su historia.