El
hombre estaba sentado en la barra de su bar de costumbre, como todos
los viernes. De pronto, y como cada viernes, su celular empezó a
sonar. El hombre sacó el teléfono de su bolsillo, miró la
pantalla, y reconoció el número que siempre lo llamaba a esa hora:
su novia. El hombre contestó la llamada, y como siempre una voz
apagada lo saludaba con cariño, y le decía que tratara de beber
poco, y que se cuidara camino a casa. El hombre no contestaba nada, y
cuando la mujer terminaba de hablar, él simplemente cortaba la
llamada. Nadie a su alrededor decía nada, y sus amigos le volvían a
dirigir la palabra una vez hubiera guardado el teléfono nuevamente
en su bolsillo.
El
hombre esa noche bebió de más. De a poco su equilibrio se fue
mermando, sus ideas empezaron a hacerse confusas y el sueño empezó
a invadirlo. Al verlo así sus amigos se alejaron de él, pues la
última vez que alguien intentó ayudarlo el resultado fue de los
peores, y nadie quería recordar lo sucedido aquella noche. El hombre
pagó su cuenta, y como pudo inició la marcha a pie a su domicilio,
que quedaba a veinte cuadras de su bar.
El
hombre caminaba inestable por la calle. Cuando llevaba cerca de
cuatro cuadras caminadas un par de amigos de lo ajeno lo divisaron
como eventual víctima. A la distancia uno de sus amigos se dio
cuenta y le avisó al resto: de inmediato todos empezaron a hablar
del mal ojo de los asaltantes, y de cómo terminaría esa noche.
Mientras tanto el hombre seguía caminando hacia su domicilio, y los
asaltantes caminaban un par de metros tras de él.
Una
cuadra más allá los ladrones decidieron abordar al hombre quien
apenas podía mantener el equilibrio. En cuanto los asaltantes
estaban por tomarlo del hombro, su celular volvió a sonar. El hombre
contestó la llamada: era nuevamente su novia, quien le pedía que se
tapara los ojos y se agachara. El hombre en su inconciencia la
obedeció, justo cuando uno de los ladrones lo iba a tomar del
hombro. En ese instante una imagen negra como la noche apareció ante
los ladrones, quienes quedaron congelados de miedo al ver cómo
varios brazos salían de la imagen con la intención de atraparlos:
uno de ellos corrió gritando como niña preescolar, y el otro corría
despavorido mientras se orinaba en los pantalones. La imagen luego
desapareció, y la voz al teléfono le dijo que podía seguir su
marcha. El hombre ebrio le preguntó a su novia cómo había estado
todo ese tiempo, a lo que la mujer no contestó: su alma estaba
autorizada para protegerlo después de su prematura muerte, pero nada
podía contarle acerca de su estado a quien en vida había sido el
amor de su existencia.