El
hombre estaba sentado mirando al infinito con los ojos cerrados en la
silla de su oficina. Su mirada estaba fija en el horizonte entre sus
pensamientos y sus sentimientos; su límite era preciso pero
demasiado lejano para los ojos de su mente. Arriba sus sentimientos
volaban en millones de colores, algunos inexistentes pero
perceptibles para su mirada; abajo sus pensamientos aparecían como
formas lógicas, estructuradas y bien delimitadas en tonos grises y
sepias. La diferencia entre ambos era enorme, pero el contraste de
tonos y colores era simplemente perfecto. De pronto un carraspeo lo
volvió a la realidad.
El
hombre estaba excelentemente evaluado en la empresa, pues trabajaba
más rápido que el resto y sus gestiones financieras le habían dado
grandes ganancias a la institución. Su jefatura lo sabía, por lo
que le daban la licencia para dejar su mente volar de vez en cuando
pues sabían que luego de ello algo bueno pasaría para todos. Sin
embargo su posición en la institución causaba envidia, y uno de sus
compañeros estaba decidido en lograr que lo despidieran. Sin que su
jefe supiera contactó al gerente y lo citó para que llegara a la
hora en que el hombre estaba con los ojos cerrados en la oficina,
denunciándolo por dormir en el trabajo. El gerente lo vio, carraspeó
para despertarlo y lo citó a la oficina de su jefe.
El
gerente estaba enojadísimo. Pese a que el jefe le explicó las
capacidades del hombre, el gerente se cerró y simplemente despidió
al hombre, informándole que no recibiría indemnización alguna por
lo grave de su falta. El hombre al salir de la oficina vio el rostro
sonriente de quien lo denunció, y sin decir nada se dirigió a su
cubículo a recoger sus cosas. Al entrar al lugar, se sentó un par
de minutos en su silla, cerró sus ojos y luego empezó a guardar sus
pertenencias en una caja de cartón.
Diez
minutos más tarde el hombre salió de su oficina, se despidió de la
gente que quería y de su jefe y abandonó el edificio rumbo a su
hogar. Su futuro parecía incierto en esos momentos pero nada parecía
preocuparlo. Mientras ordenaba sus cosas a la salida del edificio
escuchó una sirena: dos minutos más tarde se detuvo una ambulancia
donde él estaba parado, de donde descendieron tres personas que
entraron corriendo al edificio. El hombre se paró un par de metros
más allá a esperar un bus para irse a su casa. Cuarenta minutos
después apareció un vehículo policial y uno de la morgue: quince
minutos más tarde bajaron en una camilla un cuerpo cubierto por una
bolsa negra. El hombre subió al bus que esperaba; en la vereda
estaba el alma de quien lo denunció mirando triste al hombre, quien
simplemente cerró sus ojos para explicarle al fallecido que toda
acción tenía consecuencias.