El
empresario se levantó agotado esa mañana. La noche anterior y la
anterior a ella había tenido un sueño bastante poco reponedor, con
una extraña pesadilla que ya se estaba repitiendo por tercera noche.
En su sueño estaba en una situación de oscuridad absoluta donde
sólo veía pasar letras blancas que parecían intentar formar una
palabra que era incapaz de leer, lo que le causaba una gran inquietud
y lo hacía amanecer cansado. Pese a que la oscuridad de su sueño no
le causaba miedo ni nada parecido, la incertidumbre de no poder leer
la palabra estaba incomodándolo sobremanera.
El
empresario estaba sentado en su oficina, cabeceando. Tenía el editor
de texto encendido, y la pantalla blanca iluminaba su cansado rostro.
El hombre miraba en silencio la pantalla; de pronto y de la nada la
pantalla tornó a color negro, y tal como los antiguos protectores de
pantalla distintas letras empezaron a volar sobre el fondo negro.
Ante sus ojos algunas letras empezaron a fijarse en alguna posición
en la pantalla. Cuando estaba a punto de leer lo que decía, una mano
se colocó sobre su hombro: era su secretaria, despertándolo.
El
empresario estaba aún confundido. Luego que su secretaria lo hubiera
despertado, logró recordar las letras que aparecían en la pantalla;
al escribirlas, descubrió el nombre “Samuel”. El hombre
intentaba recordar a algún Samuel dentro de sus conocidos, sin
lograr reconocer a nadie con ese nombre entre sus familiares y
amigos. El empresario luego empezó a revisar entre sus clientes y
proveedores, y descubrió que nadie en su círculo de cercanos
llevaba ese nombre. Finalmente llamó a su esposa para saber si ella
o alguno de sus hijos tenía algún amigo con ese nombre: nadie de
los cercanos a su familia conocía a algún Samuel.
El
empresario llegó temprano esa tarde a su casa, pues estaba demasiado
cansado y necesitaba dormir para reponerse de una vez por todas. Ya
había solucionado el acertijo de la palabra en sus sueños, y ya que
nadie de sus cercanos llevaba ese nombre, debía sólo ser un juego
de su mente inquieta que buscaba llamar su atención para algo que
aún no entendía. Cerca de las ocho y media de la tarde el hombre se
rindió y decidió acostarse a dormir.
Un
par de minutos más tarde nuevamente el hombre estaba en la oscuridad
absoluta, y veía letras volando frente a sus ojos. Primero apareció
una ese, luego una a, después una eme. Extrañamente cuando debería
haber aparecido una u apareció una nueva a; finalmente la e y la ele
se colocaron en orden, y formaron la palabra “Samael”. El
empresario estaba ahora más confundido, pues si no conocía a ningún
Samuel, menos le sonaba el nombre Samael. Mientras tanto en su reino,
el viejo demiurgo llamado Samael se regocijaba de la ignorancia de
las nuevas generaciones, y ya urdía un plan para usar al empresario
como punta de lanza para recuperar su adorada creación.