Joaquín
miraba el cielo por la ventana de su oficina. Pese a que el edificio
sólo le dejaba ver algunos centímetros de cielo, ello le bastaba
para calmar su inquieta alma, que siempre parecía estar buscando
algo más allá de lo que tenía o de lo que era. Cada vez que
alguien le preguntaba qué era siempre respondía lo mismo: persona.
Pero había momentos en que parecía querer ser más persona que de
costumbre. Esa mañana el cielo estaba algo brumoso, haciendo que los
rayos del sol pasaran distorsionados a ojos de todo el mundo, pero en
especial a los suyos.
Joaquín
miraba distraído la pantalla de su computador. El cielo llamaba
demasiado su atención, pese a ser la típica imagen brumosa de
mediados del otoño; sin embargo para él el infinito parecía tener
un significado distinto, como si la eternidad quisiera decirle algo a
través de su visión. De pronto Joaquín recordó que vivía en un
mundo material, y que si no hacía adecuadamente su trabajo
terminaría el mes desempleado y sin medios para seguir viviendo y
pensando en su tiempo libre en el cielo; y definitivamente su mente
le recordó que ese no era su tiempo libre.
Joaquín
revisaba con detención su correo institucional, pues había un mail
que debería haber llegado hace días y que no aparecía por ninguna
parte. Luego de revisar todas las carpetas se convenció que el
remitente no lo había enviado, y procedió a escribirle otro correo
recordándole la necesidad de la información que debería enviar. En
ese momento el cielo de Joaquín pareció cambiar de color,
distrayéndolo de sus obligaciones nuevamente; el hombre se obligó a
terminar el correo antes de dejar de lado todo para mirar el cielo a
través de su ventana. Después de mirar cerca de cinco minutos, se
convenció que nada había cambiado.
A
la hora del almuerzo Joaquín estaba demasiado inquieto, pues desde
la ventana del casino la visión del cielo era la misma que desde su
oficina. El hombre se dio cuenta que necesitaba ver el firmamento en
toda su inmensidad, aunque ella fuera sólo la que quedaba por sobre
las edificaciones de la ciudad. Joaquín salió del edificio; al
llegar a la calle descubrió que algo extraño estaba pasando. El
cielo llegaba sólo hasta la línea imaginaria de las ventanas de su
lugar de trabajo; bajo ella y sobre ella la negrura invadía el todo,
dejándole apenas un cinturón de cielo para ver. Joaquín tomó aire
profundamente, y se sentó en la escalinata del edificio donde
trabajaba a contemplar su cielo.