El
muchacho caminaba por la calle escuchando música en un viejo walkman
heredado de su padre. El joven era un amante de la música, cosa que
había heredado de su familia; en su hogar había varios equipos de
sonido, reproductores de vinilos, de cartuchos de ocho pistas, de
cassetes y de cedés, reproductores de blueray, aparte de
amplificadores varios y sistemas de parlantes. Desde pequeño su
padre le enseñó que el sonido digital era un sonido comprimido de
mala calidad, y el joven con los años aprendió a distinguir la
calidad de sonido de cada reproductor. Ahora estaba cursando su
primer año de ingeniería de sonido, y prefería andar cargado de
cassetes antes de sucumbir al básico sonido digital.
El
muchacho había desarrollado con el tiempo la capacidad para
distinguir muy bien los sonidos que lo rodeaban; tal como era capaz
de diferenciar cada instrumento en una grabación de una orquesta,
era capaz de distinguir cada sirena de vehículos de emergencia,
sabiendo desde dónde venían y hasta dónde se dirigían. A veces en
la biblioteca escuchaba los cuchicheos de pasillo como si la gente
hablara a volumen normal: su capacidad de discriminación de sonidos
era casi única, y el joven lo aprovechaba para sus gustos musicales
y para su vida diaria.
Esa
tarde el joven había salido algo más tarde de clases, por lo que ya
estaba oscureciendo y la temperatura ambiente estaba bajando
levemente. El muchacho iba a tranco rápido avanzando hacia el
paradero, mientras escuchaba en su walkman música de los años
setentas. De pronto el muchacho empezó a escuchar un tictac como de
aquellos viejos relojes analógicos de cuerda, por lo que de
inmediato sospechó que algo andaba mal con el mecanismo del
reproductor de sonido. El muchacho se sacó los audífonos: en ese
instante notó que el leve sonido no venía del reproductor, sino del
ambiente. El joven cerró los ojos para intentar identificar el foco
de origen del sonido: dos minutos más tarde el joven tenía claro
que el sonido venía desde el pavimento.
El
muchacho estaba algo extrañado, pues no había motivo alguno para
que hubiera un tictac bajo el pavimento. De pronto el joven vio a
cinco metros de donde estaba una tapa como de alcantarilla abierta
por donde asomaba el extremo de una escalera. El joven se acercó y
miró por el agujero: no se veía a nadie en el túnel donde estaba
apoyada la base de la escalera, por lo que decidió bajar a
investigar. La escalera era bastante más larga de lo que creía, y
se balanceaba mucho con su peso, por lo que empezó a bajar más
lento para no sufrir algún accidente. El túnel estaba oscuro, por
lo que el muchacho encendió la linterna de su teléfono celular para
empezar a avanzar: en ese lugar el tictac era cada vez más fuerte, y
ya parecía haber identificado desde dónde venía.
El
joven avanzó cerca de diez metros, y llegó a una escalinata con
barandas; al notar que el sonido venía desde ese lugar decidió
bajar a ver qué descubría. Al llegar al nuevo túnel se dio cuenta
que el sonido era más fuerte, y nuevamente identificó desde dónde
sonaba más fuerte.
Veinte
minutos más tarde, y luego de bajar siete escaleras a lo largo de
ocho túneles, el sonido había aumentado notoriamente. El muchacho
no sabía a qué profundidad se encontraba, pero sabía que estaba
más cerca del origen del sonido. De pronto el muchacho escuchó un
sonido muy tenue, como de pasos: dos segundos más tarde una
explosión fue lo último que escuchó en vida. El guardia tocó el
cuerpo del muchacho para asegurarse que estuviera muerto, luego de lo
cual guardó su arma y dio aviso por radio. Pese a no ser asunto
suyo, le llamaba la atención que alguien desde la superficie hubiera
sido capaz de escuchar el funcionamiento de los engranajes que
mantenían balanceada la superficie de la tierra hueca. Antes de irse
recogió el walkman, limpió la sangre y se colocó los audífonos, y
empezó a escuchar con curiosidad la música de la superficie del
planeta.