La
mujer revolvía los cajones de su cajonera, buscando algo. En ese
momento no lograba recordar qué estaba buscando, pero sabía que al
verlo lo recordaría y todo volvería a su cauce normal.
La
mujer rondaba los cincuenta y cinco años. Toda su vida había sido
autovalente, nunca había dependido de nadie. De hecho había criado
sola a su hijo quien ahora tenía treinta años, había logrado que
se convirtiera en profesional y que formara su propia familia, lo que
la tenía satisfecha a esas alturas de su vida. El hijo había sido
producto de una relación con un suboficial de la policía, quien
luego de engendrarlo desapareció de la vida de la mujer y jamás se
preocupó de su hijo; la mujer pudo demandar al policía pues sabía
dónde trabajaba, pero decidió hacerse cargo sola del pequeño y
echar al olvido al padre ausente.
De
un tiempo a esa parte, la mujer había empezado a presentar olvidos
momentáneos en su trabajo, que no incidían en su rendimiento
laboral. Sin embargo la mujer empezó a notar que cada vez los
olvidos se hacían más frecuentes, que ya se empezaban a presentar
en su vida personal, y donde sí estaban haciendo la diferencia. En
un par de ocasiones no reconoció a su nuera, y en una no sabía que
el pequeño que corría por su casa era su nieto.
La
mujer decidió consultar a un neurólogo para tratar de encontrar el
origen de su problema. Luego de una serie de exámenes el diagnóstico
fue lapidario: demencia presenil. El profesional le explicó que
demencia no significaba locura sino trastorno de memoria, y le
indicó un medicamento para ayudar a retrasar la evolución de la
enfermedad. La mujer decidió no comprar el fármaco, y desde ese
momento empezó a buscar en su casa algo que sabía que tenía y que
podía ayudarla a solucionar su problema, pero sin saber a ciencia
cierta qué era.
La
mujer llevaba cerca de un mes buscando en sus cajones. El antiguo
orden de su casa había desaparecido, dando lugar a un caos que no
era capaz de manejar. Su hijo había intentado convencerla que se
mudara con él, pero la mujer se negó rotundamente, pues no quería
echar a perder la vida de su hijo y su familia; aparte de eso sabía
que le quedaban pocas cosas por revisar para encontrar lo que
buscaba.
Tres
de la mañana. La mujer estaba inmersa en el viejo closet de su
dormitorio, el que alguna vez alcanzó a compartir con el padre de su
hijo por una semana, antes que huyera de ella y de su hijo. De pronto
en el fondo de uno de los cajones encontró una vieja caja de puros,
en donde había algo pesado guardado. La mujer abrió la caja, y al
ver el contenido reconoció lo que estaba buscando; su memoria volvió
a ella por algunos segundos, y se alegró de encontrar el único
recuerdo que el padre de su hijo había dejado en su hogar. A las
tres y diez de la mañana, un disparo despertó a sus vecinos y a los
perros de la cuadra.