La
muchacha estaba confundida. A sus dieciséis años sabía que estaba
muerta, pero no entendía lo que estaba sucediendo. Había ido a ver
a su novio, un hombre diez años mayor, agresivo, sin control de
impulsos y adicto a varias drogas. Pese a los ruegos de su madre la
muchacha se sentía atraída por las actitudes violentas del hombre,
quien en varias oportunidades se había trenzado a golpes por ella.
La muchacha se sentía protegida por el hombre, y sentía que era
capaz de controlar sus arrebatos. Esa noche sin embargo la mezcla de
alcohol y quien sabe qué otras sustancias tenían al tipo convertido
en una suerte de león hambriento encadenado a la muralla con una
cadena de plata. A la primera provocación el hombre abofeteó a la
muchacha botándola al piso; luego empezó a patearla sin piedad, y
cuando la muchacha ya tenía la cara ensangrentada, el hombre sacó
un arma de fuego y descargó sobre ella al menos cinco disparos que
acabaron con su vida al instante. Desde ese momento en más, las
cosas no habían pasado como ella creía que deberían pasar.
Luego
del homicidio el alma de la muchacha se había separado de su cuerpo.
La joven vio su cadáver botado en el piso, y al hombre desesperado
haciendo llamadas telefónicas. Media hora más tarde apareció un
furgón con tres hombres que tomaron su cadáver y lo subieron al
furgón, para llevarlo luego por una suerte de laberinto de calles a
un sitio eriazo donde había una mediagua, donde una mujer negra como
el infinito la esperaba vestida de decenas de colores. La mujer
ordenó que desnudaran el cadáver; luego empezó a rezar oraciones
que la muchacha no conocía, y a pasar un ramo de ramas frescas
untadas en algún líquido sobre su cuerpo. De pronto la mujer sacó
una pequeña botella de su bolsillo vaciándolo sobre la boca de la
muchacha: en ese momento el alma de la muchacha, en vez de ser
atraída por una luz, fue absorbida por su cuerpo casi como si una
aspiradora hubiera atacado una brizna de polvo. La muchacha estaba de
nuevo en su cuerpo, pero algo no andaba bien.
La
muchacha estaba confundida. Luego de muerta había sido reencarnada
en su cadáver a la fuerza, y ahora no tenía voluntad sobre sus
acciones. La mujer negra sonrió, acercó su boca al oído de la
muchacha y le dijo algo en un idioma que no entendía; en ese
instante su cuerpo se levantó, empezó a caminar, se dirigió a una
casa ubicada a varios kilómetros de donde la habían reencarnado a
su cuerpo. Varios hombres salieron a su encuentro pero al verla
desnuda quedaron consternados y salieron huyendo despavoridos. La
muchacha ingresó al domicilio, golpeó a una mujer que intentó
detenerla y se dirigió a un hombre obeso y mal vestido quien sólo
atinó a apretar con fuerza una cruz que llevaba al cuello, mientras
la muchacha tomaba con sus dos manos la calva cabeza y con sus
dientes rompía el cráneo y empezaba a devorar su cerebro,
extasiada. A partir de ese momento, la joven zombie se convertiría
en la punta de lanza de un poderoso ejército que controlaría las
calles para el cartel de drogas liderado por la sacerdotisa vudú que
la había convertido en su esclava, hasta el momento en que alguien
supiera cómo volver a separar su cuerpo de su alma, pero esta vez
para siempre.