El
mocetón estaba encadenado por el tobillo a un enorme árbol del
terreno de su dueño. El esclavo estaba cumpliendo castigo por haber
murmurado algo luego de una orden de su dueño. El terrateniente era
implacable con sus esclavos, y no dejaba pasar atisbo alguno de
insurrección. Así había sido por los cerca de treinta años en que
había sido dueño de esa tierra y de esos esclavos, y por cerca de
cien años en que su familia se había asentado en ese territorio y
había comprado a esa familia de esclavos, que ya llevaba seis
generaciones conviviendo con ellos. La relación era de odio mutuo, y
se notaba en el aire cada vez que alguien visitaba el lugar.
La
madre del mocetón era la encargada de la cocina de la hacienda. La
mujer ya estaba acostumbrada a ver a su hijo castigado, pues era
quien menos toleraba a la familia del terrateniente; de hecho ese
castigo había sido uno de los más suaves sufridos por el mocetón.
La mujer recordaba que en una oportunidad en que el terrateniente
consideró que el muchacho se había sobrepasado con una de sus hijas
lo había golpeado de tal modo que casi había acabado con su vida.
La mujer miraba por la ventana a su hijo encadenado al árbol
mientras cocinaba; de pronto se detuvo y le dijo a la esposa del
terrateniente que debía ir a buscar hierbas aromáticas.
La
mujer del terrateniente miraba casi extasiada a la esclava cocinando.
Aparte de la olla de comida tenía una olla pequeña en que había
colocado muchas hierbas maceradas a cocer con la tapa puesta; la
mujer le preguntó a la esclava por qué tenía una vela encendida
frente a la olla, a lo que la cocinera respondió que era un secreto
de familia para mejorar el sabor de la sazón que estaba preparando.
Luego de media hora la mujer sacó la pequeña olla del fuego y la
vació completa sobre la olla de la comida.
La
familia del terrateniente estaba en pleno en la mesa saboreando la
comida preparada por la esclava. Todos estaban maravillados por el
increíble sabor. Mientras la familia comía, la esclava salió al
patio a liberar a su hijo. El mocetón miró con espanto a su madre
mientras ella le sacaba el grillete: la vieja mujer lo miró a los
ojos y lo hizo callar en silencio. De pronto se escucharon gritos
desgarradores en el comedor de la hacienda. Cinco minutos después
apareció la esclava con su hijo, quien miró la escena casi
consternado. La mujer le indicó al mocetón cuál de los cerdos
había sido la hija del terrateniente por si quería hacerle algo
antes de faenar a toda la familia para alimentar a los ahora ex
esclavos.