Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

domingo, agosto 14, 2022

Bar

 El ebrio estaba sentado en su piso de siempre en la barra del bar escuchando un bolero acerca de penas de amor, mientras bebía su cuarto vaso de vino tinto de la noche. El negocio estaba ubicado en una calle mal iluminada, pero todos sus comensales sabían cómo llegar y preferían el lugar por diferentes motivos: cualquier excusa para beber es buena decían todos, y de hecho sobre la barra había un letrero con dicha frase. El hombre en su estado alterado de conciencia pensaba en sus viejos amores del pasado, y seguía pidiendo más vino a la muchacha que atendía la barra. Las penas de amor generan sed en la noche, y el dueño del bar lo sabía.

Una mujer estaba sentada en una pequeña mesa cerca de la puerta del baño, bebiendo un trago de colores, con frutas y una pequeña sombrilla de adorno. La mujer pensaba en todos los pendientes de su trabajo, y que no sabría si podría terminar en algún momento. De fondo se escuchaba una orquesta tocando un tema clásico de los años cincuenta.

Un muchacho estaba sentado en la escalera que daba al segundo piso con un shop de medio litro. Su cerebro divagaba gracias a las drogas respecto de un futuro incierto y alocado, que no sabía si quería o no. En los parlantes sonaba música sicodélica de los años sesenta.

Un hombre de terno y zapatos brillantes estaba en una mesa alta sin asiento, bebiendo de pie un whisky de doce años. Sus acciones habían estado en baja lo que lo tenía algo angustiado, pero sabía que a esa hora la bolsa estaba cerrada, por lo que nada cambiaría sino hasta el siguiente día hábil. En sus oídos resonaba un tema de Frank Sinatra.

Un hombre canoso de mediana edad de chaqueta de cuero bebía un combinado afirmado en la barra, de pie. De vez en cuando hablaba con la muchacha de la barra, tratando de no interrumpirla en sus quehaceres. El hombre había dejado la motocicleta en la casa para beber tranquilo y olvidar aquello que ya no recordaba; en esos instantes su mente estaba concentrada en el rock setentero que inundaba el aire.

El dueño del bar miraba satisfecho la asistencia de esa noche. No había llegado nadie nuevo, pero ninguno de los de siempre había faltado. El hombre sabía que ese negocio no daba ganancias, pero su ganancia era ver la felicidad de las almas en pena que aún no habían entendido que habían muerto, algunos incluso hacía ya décadas, y que seguían yendo a ese lugar inexistente creado por su mente para el deleite de quienes aún no encontraban el camino al más allá. Él tampoco lo había encontrado, pero se sabía muerto y sepultado hacía más de cincuenta años, y no sabía si quería encontrar la luz al final del camino y dejar a sus comensales sin un lugar donde ir.