Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, septiembre 24, 2022

Mascotas

 La muchacha miraba el techo tirada en su cama. A su lado dormía su fiel perro salchicha, compañero de andanzas y confidente silencioso, quien pese a ser bastante ansioso, disfrutaba de descansar cuando pudiera al lado de su ama y amiga. Ambos eran compañeros desde que la muchacha tenía cuatro años, y ahora con quince ella y once él, constituían una mancuerna casi inseparable, donde cada cual sabía a su modo lo que le pasaba al otro sin necesidad de palabras o ladridos. El amor entre ellos era sincero e incondicional.

Esa tarde ambos habían salido a caminar por el barrio por cerca de dos horas, con una larga detención en una plaza donde el perro había aprovechado de jugar, correr, saltar y oler a otros perros, luego de lo cual habían vuelto a casa cansados; el descanso a esa hora, más que necesario era imprescindible. De pronto y de la nada se unió al descanso un tercer actor: un gato enorme, más largo, alto y obeso que el perro, con cara de enojado, que se subió a la cama para ser acariciado y luego echarse a dormitar entre el perro y la muchacha. El gato tenía un año más que el perro, y ya estaba acostumbrado a su ansiedad y a la humana, por lo que simplemente los dejaba ser en la medida que lo alimentaran y lo consintieran. El trío era casi perfecto, y todos en la casa lo sabían.

La muchacha empezó a cabecear. De improviso el gato levantó la cabeza, se puso de pie y se echó a medio metro de la cama; dos segundos más tarde el perro empezó a ladrar hacia donde estaba echado el gato, pero mirando por encima de él. La muchacha se enderezó y al no ver nada intentó calmar al perro en vano: el animal ladraba cada vez más fuerte, mientras el gato permanecía echado en el lugar. En ese instante la muchacha sintió la necesidad de salir de la habitación. Al salir cerró la puerta y dejó a ambos animales dentro del lugar.

El perro le ladraba furioso a la entidad que estaba en la habitación, cuya ubicación estaba marcada por la ubicación del gato. Ambos animales luchaban a su modo contra la entidad, uno marcando la posición e intentando absorber la energía negativa del ser; el otro haciendo ruido para tratar de espantarlo. Media hora más tarde el gato volvió a la cama y el perro dejó de ladrar; en ese momento la muchacha volvió al dormitorio.

La muchacha, el perro y el gato descansaban en silencio en la cama. Los guardianes de la bruja en ciernes seguían cumpliendo su función, pues sabían que de la seguridad de la muchacha dependían muchas cosas importantes en un futuro aún no escrito pero si esbozado en la eternidad: mientras ellos estuvieran ahí, ningún demonio se aprovecharía de los poderes de la joven humana.