El
hombre se sentía agobiado. La joven mujer sentada frente a él lo
bombardeaba con preguntas incómodas que no sabía bien si
correspondía que contestara en una primera cita. La mujer era
bastante atractiva, no llevaba anillos en las manos por lo que no
parecía tener compromiso, vestía elegantemente, parecía empoderada
y dueña de la situación. Su mirada era seria, pero él sabía que
en el fondo la mujer estaba interesada en él, sino no le estaría
preguntando tantas cosas de su vida privada. El hombre dudaba si
contestar o no, tal vez lo haría para ver cómo reaccionaría la
mujer para con él.
El
hombre era algo tímido. En general no se acercaba a las mujeres,
sino que dejaba que ellas tomaran la iniciativa, lo que no era
difícil que pasara dadas sus características físicas: el hombre
era bastante alto, corpulento, rubio, de ojos claros, usaba barba
larga, bigotes y pelo largo, lo que le daba un aire como a vikingo,
lo que era bastante bien visto por las mujeres que siempre se
acercaban a hablarle cuando iba a algún bar los fines de semana. El
hombre siempre se mostraba cohibido cuando alguna mujer le hablaba,
pero con el pasar de los minutos se tranquilizaba y terminaba
hablando hasta altas horas de la noche. En más de alguna ocasión
alguna de las mujeres lo había invitado a terminar la noche en algún
lugar más privado, lo que no le gustaba mucho, pues le gustaba
dormir en su dormitorio; sin embargo de vez en cuando aceptaba, pero
siempre dichas citas terminaban mal.
La
mujer lo miraba molesta al no recibir las respuestas que esperaba. En
más de una ocasión le dijo que cooperara, cosa que le parecía
extraña, pues ninguna de sus citas previas había usado esa palabra.
La mujer era extraña, pero mostraba su interés en él, así que
respondería sus preguntas acerca de sus citas. Cada vez que alguna
mujer lo invitaba a un motel, el hombre intentaba hacer las cosas que
a él le gustaban, pero que al parecer no eran del agrado de las
mujeres; así, en general las noches terminaban con el hombre yéndose
solo a su domicilio, insatisfecho del todo con la actitud de las
mujeres que cambiaba por completo en cuanto se cerraban las puertas
de la habitación.
El
hombre se sentía agobiado. La mujer insistía en los detalles; pero
él era un caballero, y un caballero no tenía memoria. La mujer
finalmente se aburrió, se puso de pie y dijo que más adelante
volvería a continuar el interrogatorio, y que esperaba que en dicha
ocasión cooperara. El hombre intentó ponerse de pie, pero las
grilletas y el gendarme se lo impidieron.