El
perro callejero caminaba feliz por la calle esa mañana. El mundo de
los humanos era demasiado entretenido y los humanos extremadamente
cariñosos, por lo que su vida era casi una fiesta permanente.
Algunos humanos se le acercaban a hacerle cariño, otros aparecían
con cosas ricas para comer; algunos le lanzaban piedras para que él
corriera, otros lo perseguían con palos para jugar, e inclusive unos
pocos le lanzaban golpes con sus piernas para que él jugara y se
mantuviera en movimiento. Unos cuantos se metían en aparatos que se
movían rápido y a los cuales él perseguía, y que de pronto hacían
un ruido fuerte y extraño al parecer para entretenerlo. Los humanos
eran animales adorables, y él se preocupaba de demostrarles su
cariño a cada rato.
El
gato callejero caminaba sigiloso por la calle esa mañana. Los
humanos eran malvados, y habían creado un mundo para intentar
capturarlo y esclavizarlo. El animal sabía de las tretas de los
humanos: lo acariciaban, le llevaban comida, hacían un ruido extraño
con sus bocas que instintivamente llamaba su atención. Sin embargo
el animal conocía las intenciones de los humanos, pues ya había
visto a algunos de los de su raza encerrados en cárceles de cemento
donde los alimentaban y abrigaban, pero de donde no los dejaban
salir. A algunos de ellos los torturaban semanalmente con agua, y al
parecer no tenían permitido cazar ni robar: esa no era vida para un
gato, y él no estaba dispuesto a hipotecar su libertad.
La
camioneta del grupo animalista se desplazaba lentamente por la
ciudad. Ese día habían salido a ver si algún animal deseaba irse
con ellos para intentar darlos en adopción, o al menos lograr
castrarlos para disminuir la población de animales sin hogar. Al
detener el vehículo en una esquina, el perro se acercó
inmediatamente a ellos moviendo su cola feliz; sin necesidad de
esfuerzo alguno el perro se subió con ellos y empezó a lamerlos
eufórico. Dos cuadras más allá el gato intentaba esquivar humanos,
y accidentalmente se cruzó en el camino del vehículo; luego de
varios minutos de intentos vanos, uno de los voluntarios logró
capturarlo y subirlo al móvil.
El
perro y el gato se miraban en silencio. De pronto ambos miraron a un
lugar del vehículo donde no había nadie. El perro le sacó el
seguro a la caja del gato, para que éste se echara en el lugar
indicado; en ese momento uno de los voluntarios se dio cuenta y
sujetó la puerta de la caja para que el gato no saliera. El perro
intentó en repetidas ocasiones liberar al gato, hasta que otro de
los ocupantes le puso un bozal para que no pudiera abrir la caja del
gato.
El
accidente fue horrible. El conductor sintió de pronto que alguien le
tapaba los ojos, y cuando logró ver algo estaba a medio metro de un
camión betonero. Todos los ocupantes humanos salieron proyectados
por el parabrisas del vehículo quedando destrozados contra la
carrocería del pesado y enorme camión. Un minuto más tarde el
perro y el gato salieron de entre los fierros retorcidos. Al lado del
vehículo estaba el demonio menor que causó el accidente, y que no
pudo ser detenido por los animales gracias a la ceguera de los
voluntarios que jamás fueron capaces de detectar la presencia
maligna.