La
escritora miraba con una mezcla de odio y desdén la pantalla de su
editor de texto. Hacía horas que intentaba escribir algo novedoso,
pero no alcanzaba a escribir cien palabras cuando se daba cuenta que
estaba describiendo alguna escena de alguna seria que había visto la
noche anterior en televisión. Varias veces había pensado en dejar
de ver televisión, pero en esos momentos recordaba que antes que
ello sucediera, la había ocurrido lo mismo con los libros que leía:
cada intento de idea nueva no era más que la copia de alguna de sus
últimas lecturas. La autora se sentía atrapada en la realidad de
estímulos que la rodeaba y que no le dejaba espacio a su
creatividad.
Dos
horas más tarde la mujer caminaba por la calle tratando de pensar
qué hacer con su alicaída creatividad. Las caminatas en general la
ayudaban a des estresarse, y le habían servido en algunas
oportunidades para sacar ideas de lo que veía en el entorno. Sin
embargo ese día parecía estar igual de monótono que su cerebro,
pues nada extraño parecía pasar. La mujer decidió hacer una pausa,
encontró en su camino una pequeña cafetería y decidió pasar a
beber una taza de algún brebaje con un trozo de algo dulce para
recargar azúcar en su sangre y energías en su cuerpo.
Mientras
bebía, la mujer miraba al resto de los comensales del local. Señoras
de edad acompañadas de niños o de hombres de edad, hombres de terno
y computador portátil, muchachos con teléfonos celulares y vistosos
cabellos eran la fauna que la acompañaban esa mañana. Cerca del
café había un edificio de departamentos, otro de oficinas y una
universidad privada, lo que permitía explicar la presencia de dichos
asistentes en el café. De pronto la mujer se dio cuenta que no era
necesario escribir de sucesos increíbles, sino que podía
simplemente relatar una simple mañana de café en la ciudad. Una vez
terminada su visita, pagó su cuenta y se dirigió a su hogar.
Tres
horas más tarde la mujer ya llevaba cerca de cinco hojas escritas
acerca de la mañana que había vivido. En cerca de dos mil hogares,
el mismo número de escritores terminaba de describir su mañana en
una cafetería de su ciudad.