Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, noviembre 19, 2022

Obsesion

 El hombre miraba con desdén su teléfono. Había terminado una incómoda llamada con un cliente obsesivo que le exigía compras recurrentes para mantener sus negocios con su empresa, y era tal el nivel de presión que cada vez que escuchaba el tono de llamada asignado a dicho cliente su cuello se contracturaba y su colon se inflamaba y distendía. Su calidad de vida se hacía cada vez peor, y ya su médico de cabecera le había sugerido hasta cambiar de trabajo si quería que su existencia dejara de ser tan miserable.

Esa mañana había estado bastante relajada en comparación con el día anterior. Los clientes habían sido bastante condescendientes, nadie había exigido nada, y los flujos de productos funcionaban normalmente. De pronto sonó el tono de llamada del cliente obsesivo: el hombre sintió de inmediato cómo su cuello se contracturaba y su abdomen se hinchaba. El hombre intentó tomar el teléfono pero su mano no fue capaz de llegar al aparato; en ese instante el compañero de trabajo que estaba a su lado lo miró, se puso de pie bruscamente e instintivamente se alejó de él. El hombre no entendía lo que pasaba, al menos hasta ese momento.

Los compañeros de trabajo del oficinista lo miraban con espanto. El hombre empezó a sentir que la contractura del cuello empezaba a recoger su cabeza, y que la hinchazón del abdomen empezaba a alcanzar la parte baja de su tórax: en ese instante miró su reflejo en un ventanal, y un grito se ahogó en su garganta, mismo que ya había salido de bocas de varias de las secretarias que se encontraban en el lugar. Su cabeza había bajado casi hasta el centro del tórax, sus brazos se habían elevado quedando casi como ramas de árboles en otoño, y su abdomen alcanzaba casi su estatura natural. Lo peor de todo es que ni la contractura ni la distensión parecían ceder.

Los policías, el fiscal de turno y los funcionarios del servicio médico legal no entendían nada de lo que escuchaban y veían. El relato era el mismo, pero era totalmente irrisorio: un hombre se había achicado e hinchado de la nada, hasta que su cuerpo, que había bajado a menos de un tercio de su estatura, había estallado. En la oficina había restos humanos pegados a todos los muebles, ventanales y paredes del lugar, y en una de las sillas estaban los restos que quedaban del malogrado hombre. El fiscal ordenó detener a todas las personas del lugar hasta ver las cámaras de seguridad y entender lo que había sucedido, antes de informarle del caso al juez. Al otro lado de la línea telefónica, el brujo disfrutaba al saber el destino de su víctima, y se aprestaba a cobrar sus honorarios por el trabajo ejecutado.