La
adolescente estaba en el segundo día de un resfriado demasiado
sintomático para su historial de resfriados. En general la muchacha
era bastante resistente a los virus comunes que circulaban cada
invierno en su ciudad, y nunca había faltado al colegio por una
infección respiratoria alta. Sin embargo en dicha ocasión la fiebre
y los dolores de cuerpo eran tales, que su madre optó por llevarla a
su pediatra y conseguir que el profesional le indicara reposo. En ese
instante la muchacha estaba tirada en su cama con un pijama de
dibujos animados, sin fuerzas ni ánimo para nada.
Las
horas pasaban y la fiebre parecía aumentar pese a los medicamentos
indicados por el pediatra para controlar los síntomas. La muchacha
no podía sentirse peor, o al menos eso creía. Era tan alta la
fiebre que la muchacha empezó a alucinar: era eso, o su piel estaba
cambiando de color lentamente. En ese instante entró su madre a su
habitación, quien la miró sin notar cambio alguno, lo cual confirmó
la sospecha de la muchacha, lo que se vio reafirmado cuando su madre
puso la palma de su mano en la frente de su hija y de inmediato le
dio otra dosis de medicamentos. Al parecer ese día sería
interminable.
Dos
horas más tarde las alucinaciones estaban en su tope. La muchacha
veía su propia piel de color gris, y sus uñas cada vez más
pálidas. Su madre entró nuevamente a su habitación, colocó su
mano en la frente de su hija, y al levantarla, un trozo de piel
sanguinolenta iba adherida a sus dedos. La mujer gritó de espanto
mientras la muchacha se ponía rápidamente de pie, tomaba por el
cuello a su madre y le hincaba los dientes en su cráneo.
La
muchacha estaba confundida. En su alucinación había asesinado a su
madre, se había comido su cerebro y no sentía remordimiento alguno.
La imagen era demasiado vívida, y al parecer la fiebre no bajaba
pues no lograba salir de esa situación. De pronto su puerta fue
abierta de golpe por dos personas de piel grisácea tal como ella.
Los zombies miraron el cadáver sin cerebro de la anciana y
abandonaron el lugar; a la adolescente no le quedó otra que
seguirlos a ver si encontraba más cerebros para saciar su apetito.