El
vagabundo miraba concentrado al gato de la esquina que parecía estar
tocando un arpa invisible con los movimientos que hacía con sus
patas delanteras en el aire. El gato por su parte estaba concentrado
en el espíritu que estaba delante de él y que le hacía fiestas sin
ser visto por nadie más que por los animales que a esa hora de la
mañana circulaban por el lugar. Al gato no le importaba que al
espíritu le faltara la mitad de la cara, él simplemente quería
jugar con el alma en pena que aún no encontraba su camino a donde le
correspondiera ir, para alegrarle en algo el día.
El
vagabundo buscó entre sus cosas y encontró un pedazo de pan que no
estaba tan duro, y se lo ofreció al gato. El animal sin embargo no
lo tomó en cuenta, pues ahora le movía la cola al alma de una niña
que había muerto hacía más de cien años, que vestía un vestido
con muchos vuelos de tela delgada, y que pese a tener las órbitas
vacías miraba al gato y le acariciaba el lomo con suavidad y algo de
temor, pues nunca había entendido que estaba muerta, o qué era lo
que significaba estar muerta, y cada cosa que hacía le causaba
temor.
El
vagabundo tenía una botella plástica cortada a la mitad que hacía
las veces de vaso; en ella vació un poco de agua fresca y la dejó
en el suelo cerca del gato. El animal pasó por encima del recipiente
con agua, pues un par de metros más allá apareció de la nada el
espíritu de una mujer que estaba sin ropa y le faltaba la cabeza, y
que se agachó para llamar la atención del gato y hacerle cariño.
El gato frotó su lomo por las piernas y las manos de la mujer, quien
parecía calmarse al acariciar y ser acariciada por el felino, quien
parecía disfrutar de la presencia de las almas en pena más que de
las personas vivas.
El
vagabundo se puso de pie, hastiado. Nunca pudo llamar la atención
del gato, y decidió irse del lugar a buscar en otro lado a lo que
fuera que lo tomara en cuenta. El gato se dio vuelta y vio el alma
negra sin forma definida del vagabundo que se alejaba por las calles
del cementerio. Nunca en sus largos quince años de vida se había
encontrado con una entidad desencarnada tan maligna que fuera capaz
de alejar al resto de las almas del cementerio, dejando visibles
apenas a las tres más antiguas del lugar. Ahora que por fin se fue
del lugar, el resto de las almas podrían volver a salir a jugar con
el gato nacido y criado entre muertos.