El
fotógrafo estaba bastante cansado esa noche. Estaba trabajando en
una sesión con seis modelos, tres hombres y tres mujeres, para una
línea de lencería; los jóvenes modelos estaban bastante prendidos,
haciendo bromas e interfiriendo entre ellos por lo que el trabajo se
había alargado mucho más de la cuenta. Para peor las asistentes
también habían entrado en el juego de los modelos, por lo que cada
toma se estaba haciendo eterna. Finalmente, y luego de catorce horas
de trabajo, el fotógrafo se dio por satisfecho con el trabajo y
terminó la sesión. Los modelos terminaron desnudos jugando como
niños entre ellos; el fotógrafo miraba el espectáculo casi con
asco a esa hora de la madrugada.
A
la mañana siguiente el fotógrafo revisaba los archivos para empezar
el tedioso trabajo de retoque de las imágenes. Al abrir el primer
archivo se dio cuenta que tras la tela de fondo se veía un par de
ojos y una cabellera negra; por el tamaño de la imagen parecía ser
un niño quien aparecía en la toma, sin embargo su presencia no
complicaba el trabajo pues estaba fuera del límite que debía darle
a la imagen. Con el pasar de los minutos, y al abrir cada archivo, el
fotógrafo veía aparecer en cada toma los ojos y la cabellera del
niño. El hombre cayó en cuenta entonces que el pequeño se había
colado a la locación, y que había fisgoneado toda la jornada de
trabajo. El fotógrafo entonces decidió volver al lugar a ver si
encontraba al niño para conocerlo y entender el por qué había
estado tantas horas mirando el trabajo, pues su imagen aparecía en
todas las fotografías que había tomado.
El
fotógrafo llegó esa tarde a la locación; de inmediato empezó a
recorrerla y a buscar al pequeño. De pronto vio en el suelo algo
parecido a un casco como de papel maché con pelo negro y un par de
ojos: en ese momento cayó en cuenta que todo había sido una broma
de alguno de los modelos, simplemente para dejar su marca en las
fotografías. El hombre sonrió y se dirigió a su vehículo; justo
antes de abrir la puerta una imagen casi lo paralizó. A la altura de
su cintura apareció flotando media cabeza de niño, de ojos y
cabellera negra, de la cual caía una cantidad enorme de sangre.
El
fotógrafo no sabía qué hacer. De pronto vio que la cabeza de papel
maché estaba ubicada en un lugar distinto a donde él la había
dejado. Simplemente siguiendo su instinto el hombre buscó en el
lugar hasta encontrar una vieja pala metálica medio oxidada, con la
que empezó a cavar en el lugar en que estaba la cabeza de papel. Al
llegar a medio metro de profundidad, el hombre empezó a encontrar
huesos humanos de pequeño tamaño, por lo que de inmediato llamó a
la policía. Dos horas más tarde un equipo profesional terminaba de
desenterrar los restos de un niño de no más de diez años cuya
cabeza había sido cortada a la mitad. El fotógrafo se mostraba
satisfecho: al fondo de la locación lo miraba un pequeño sonriente
que lentamente empezó a desvanecerse luego de haber evidenciado la
presencia de su cadáver al fotógrafo para ser encontrado y darle
libertad a su alma. De la cabeza de papel maché, nunca más se supo.