El
productor musical estaba terminando de revisar la mezcla del último
tema de la banda con la que estaba trabajando. Esa tarde el sonidista
le había llevado las pistas y la mezcla para que juntos hicieran las
modificaciones que estimaran pertinentes para terminar de editar la
canción. Ambos habían llegado al consenso que a la canción le
hacían falta algunos coros de soporte: ahora quedaba conversar con
los músicos para determinar si las voces de apoyo las harían ellos
mismos o si contratarían cantantes que hicieran dichas voces. Cerca
de las once de la noche ambos terminaron el trabajo, y se dirigieron
a un bar a seguir conversando por algún rato más.
El
bar al que fueron estaba ubicado en uno de los barrios bohemios de la
ciudad, en un antiguo edificio que tenía ya casi un siglo de
construido. Dado que era día de semana, la afluencia de público era
escasa, por lo que pudieron instalarse en una mesita al lado de una
tarima que hacía las veces de escenario, donde se presentaban
músicos que se ganaban la vida cantando de bar en bar noche tras
noche. A la media hora de llegados los hombres, una delgada muchacha
se sentó en un taburete en la tarima, conectó una guitarra
electroacústica al amplificador, y empezó a cantar una vieja
melodía.
Los
hombres estaban ensimismados. En sus largas carreras musicales nunca
habían escuchado una voz tan dulce y a la vez triste como la de la
muchacha: su técnica vocal rozaba la perfección, y la calidad de la
voz era tal que el escenario le quedaba demasiado pequeño. El
sonidista de inmediato pensó en ofrecerle a la muchacha grabar los
coros de la canción en que estaban trabajando; sin embargo el
productor de inmediato vio en ella a la próxima estrella a quien
lanzar a la fama en el corto plazo. Luego de tres canciones viejas y
melancólicas, la muchacha se bajó de la tarima y despareció por
detrás de la barra.
Los
hombres llamaron al mesero y le preguntaron los datos de la muchacha;
el hombre los miró extrañado, y sin decir palabra se dirigió a la
barra. Cinco minutos más tarde un hombre de avanzada edad se acercó
a la mesa y se sentó con los hombres. Luego que ellos le repitieran
la pregunta, el anciano les contó que hacía cerca de veinte años
que esa tarima estaba en desuso. Los hombres no entendían lo que el
dueño del local les estaba contando; en ese momento el hombre sacó
una vieja billetera de la cual sacó una foto algo deslavada donde
aparecía la muchacha sonriendo. En ese momento el hombre les contó
una extraña historia: la muchacha había sido la última cantante
del bar, quien se había suicidado luego de una pena de amor, justo
la noche antes de ir a una entrevista con un productor musical que le
había ofrecido un contrato. En ese momento el productor recordó a
la chica que había descubierto veinte años atrás y que nunca se
presentó a la entrevista. Ahora el ciclo se había cerrado, y tanto
el productor podía seguir con su vida, como la muchacha con su
camino truncado a donde le correspondiera ir.