La
secretaria estaba incómoda en su puesto de trabajo. Pese a que
apenas una semana atrás le habían cambiado su silla de trabajo por
una nueva y bastante más ergonómica que la antigua, su espalda alta
no le dejaba de doler. Hacía ya un mes que su cuello y sus hombros
habían empezado a molestarle, pero no le había dado mayor
importancia, pues el dolor había comenzado el mismo día en que una
compañera de colegio había fallecido, por lo que la mujer lo
atribuía a un episodio de estrés. Sin embargo el tiempo pasaba y en
vez de mejorar el dolor, estaba empeorando.
La
semana anterior la mujer había consultado a un especialista quien le
había solicitado imágenes para aclarar el diagnóstico. Al acudir a
revisarlos se encontró con que los exámenes estaban todos normales,
por lo que efectivamente el médico había confirmado el diagnóstico
de estrés y había derivado a un psicólogo para ayudarla con el
manejo de la causa de la enfermedad. Esa tarde había acudido a la
primera sesión, y dentro de la entrevista la profesional le había
solicitado que le describiera su relación con la fallecida. Pese a
que en el colegio habían sido grandes amigas, luego de graduarse
cada cual había seguido su camino y el contacto se había cortado;
sin embargo, en la entrevista recordó una especie de pacto de
infancia, en que ambas se habían prometido que la amistad seguiría
más allá de la muerte. Aunque la psicóloga no le dio mayor
importancia a dicho hecho, para ella tenía algo más de significado.
Al
día siguiente la mujer acudió a la casa de la madre de su amiga,
quien vivía en el mismo lugar que ella había conocido de pequeña.
Luego de saludarse efusivamente, la mujer entró a la casa y empezó
a conversar con la añosa mujer, quien tenía fama en el barrio de
ser algo así como una suerte de bruja moderna. La muchacha le
comentó lo que le estaba pasando: la madre de su amiga la miró,
fijó su vista por sobre su cabeza, se puso de pie y le pidió que la
acompañara al que había sido el dormitorio de su amiga.
La
secretaria no podía creer lo que estaba viendo. La añosa mujer la
hizo pasar al dormitorio de su hija, descubrió un espejo de cuerpo
completo, y la hizo pararse frente a él. El artefacto le devolvió
su imagen, pero aparte de eso se veía una especia de sombra sobre
sus hombros. La madre de su amiga trajo entonces una vieja cámara de
fotografías instantáneas, con la que le tomó una foto al reflejo
en el espejo. Al revelarse, apareció la imagen traslúcida de su
amiga montada sobre sus hombros. En ese momento la mujer entendió el
origen de su molestia, y la importancia de los pactos más allá de
la vida.