El
hombre respiraba con dificultad. A cada segundo estaba más agitado,
sentía su corazón latiendo a mil por hora y la transpiración fría
lo hacía ponerse cada vez más nervioso. Frente a él estaba un
hombre muy alto y obeso gritándole a viva voz y moviendo sus brazos
de modo amenazante; a cada segundo que pasaba el hombre sentía que
el obeso lo atacaría, y no lograba entender el motivo de tanta
agresividad. De hecho el hombre sentía que nada que él hubiera
dicho o hecho justificaba dicha reacción. De pronto el obeso lanzó
su puño derecho contra el cuerpo del hombre, quien instintivamente
esquivó el puñetazo y devolvió un golpe de puño al hígado del
obeso, que lo tumbó automáticamente dejándolo fuera de combate de
una vez.
El
hombre era un policía retirado, que había renunciado a su trabajo y
vocación cuando en un procedimiento se quedó sin reacción, lo que
terminó con la muerte de su compañero. Ello lo sumió en una
profunda depresión, y desde ese entonces empezó a sentir miedo ante
situaciones que para él eran habituales previamente. El hombre
siempre lograba reaccionar bien, pero el miedo que se apoderaba de su
mente cada vez que enfrentaba una situación de riesgo estaba
empeorando su calidad de vida notoriamente.
Esa
noche el hombre volvía a su domicilio luego de terminar su turno de
guardia de seguridad en un camión de transporte de valores. Pese a
llevar el revólver en su mochila iba bastante asustado camino a
paradero de buses. De pronto vio a lo lejos una silueta que se
acercaba de frente a él: el hombre quiso pensar que era simplemente
un cruce casual en la calle, pero su instinto y su miedo le decían
otra cosa. Cuando se cruzó con el transeúnte éste se detuvo frente
a él bloqueándole la pasada, y de entre sus ropas sacó un revólver
con el que apuntó a la cabeza al guardia.
El
guardia estaba paralizado. Lo que estaba viviendo era la misma
situación que vivió cuando su compañero fue asesinado: uno de los
delincuentes lo apuntó a la cabeza, él no reaccionó, y otro
delincuente pudo matar a su compañero mientras él seguía inmóvil,
intimidado con el arma apuntándole a la cara. El hombre en ese
momento sintió que la vida le estaba dando una revancha: pese a que
el temor lo tenía casi tan paralizado como la primero oportunidad,
logró desviar el cañón del arma de su cabeza y atacar con todas
sus fuerzas al asaltante, quien cayó al suelo dejando caer su
revólver, para luego huir despavorido del lugar. El hombre no logró
encontrar el arma del asaltante, y simplemente siguió camino al
paradero algo menos temeroso que hasta ese entonces.
El
asaltante estaba parado en la otra esquina mirando a quien había
sido en vida su compañero. La eternidad le dio la posibilidad de
quitarle los temores a su amigo y devolverle las herramientas para
volver a ser feliz en la vida. Ahora podía seguir el camino a la
eternidad, que quedó truncado el día que fue asesinado, y que ahora
se abría frente a él luego de cerrar su último capítulo pendiente
en este plano de la realidad.