El
barrendero miraba a cada rato la hora. Su turno de trabajo había
empezado hacía no más de cincuenta minutos, pero extrañamente ese
día sentía la necesidad da saber el transcurso del tiempo exacto a
cada momento. Nunca en sus treinta y tres años de vida había
necesitado saber la hora exacta, pero esa mañana algo le decía que
debía estar pendiente del instante que estaba viviendo.
A
la mitad de su turno ya le era casi imposible trabajar, pues cada
pocos segundos levantaba su brazo izquierdo para mirar su reloj. Su
compañera de trabajo, una señora añosa, lo miraba con curiosidad
tratando de entender lo que le pasaba a su colega; de hecho a la hora
de almuerzo le preguntó si tenía hora al médico, algún trámite
pendiente, o si ese día vería a alguna amante a la salida del
trabajo, preguntas a las que respondió con un no rotundo. De hecho
el hombre le comentó a su colega que ni él entendía su actitud de
esa jornada, y que probablemente ahora sí pediría hora con un
médico para entender lo que le estaba pasando. Una vez que ambos
volvieron a su trabajo el hombre empeoró en su obsesión. De pronto
se escuchó un bocinazo y un rechinar de neumáticos: instintivamente
el hombre saltó hacia su derecha, y un segundo después un vehículo
pasó literalmente volando a su lado, para luego caer pesadamente al
parque que estaba regando.
Media
hora más tarde la zona estaba acordonada por carabineros. Bomberos
había logrado sacar al conductor con vida, y la ambulancia ya lo
había trasladado al hospital mas cercano. El policía a cargo del
procedimiento le dijo que probablemente la vida le estaba avisando
del accidente, y era por eso que estaba mirando la hora a cada rato.
De hecho luego de sucedido el accidente la obsesión del hombre había
pasado, y ya no estaba levantando su brazo izquierdo. Minutos más
tarde apareció el jefe de aseo de la comuna a decirle que si se
sentía mal podía irse a su domicilio más temprano, lo que el
hombre agradeció pero refirió no necesitar, pues se sentía
completamente bien. Todo había pasado, y su vida había vuelto a la
normalidad.
El
barrendero seguía con su trabajo. De pronto volvió a sentir la
necesidad de mirar la hora pero se abstuvo; en ese momento sintió
una puntada aguda en su espalda que llegó a su pecho, y a los pocos
segundos empezó a costarle respirar. Una mujer que caminaba por la
calle lo miró y gritó angustiada: el barrendero miró su pecho y
vio una mancha roja que crecía a cada instante. Diez segundos más
tarde caía al suelo sin signos vitales luego de recibir un disparo
por la espalda de un asaltante al que le había escapado un tiro en
su acción. Su alma quedó al lado de su cuerpo tratando de entender
por qué n había aceptado la oferta de su jefe, pues entendía que
era esa la hora que esperaba y no la del accidente. Su decisión
había traído consecuencias irreversibles, y ahora no quedaba más
que asumir los costos en el más allá.