La
emblemática marcha de protesta resonaba en los parlantes de los
manifestantes, como himno de batalla de viejas huestes del pasado.
Los policías miraban impertérritos el movimiento de los
manifestantes, que parecían haber planificado una estrategia para
evitar a la policía y llevar a cabo su protesta, o para enfrentarlos
e intentar salir victoriosos. Los manifestantes gritaban voz en
cuello sus consignas, mientras los policías a lo más ajustaban sus
elementos de protección por encima de sus vestimentas.
El
encargado de carro lanza aguas miraba con odio a los manifestantes:
Odiaba sus ideas, odiaba su movimiento, odiaba su presencia, odiaba
su música, odiaba todo de ellos. De hecho estaba esperando que algo
pasara para poder atacarlos con su chorro de agua y poder de una vez
por todas dispersarlos y sacarlos de las calles donde para él no
deberían estar nunca. El policía tenía un as bajo la manga, y
había llegado la hora de usarlo: el hombre colocó en un reproductor
de música una canción que conocía de hacía tiempo, y la puso en
los altavoces del vehículo. En cuanto se empezó a escuchar, tanto
los policías como los manifestantes parecieron encenderse cual pasto
seco frente a una llama. El conflicto estaba gatillado, ahora sólo
faltaba ver las consecuencias.
Un
grito ensordecedor se escuchó de entre los manifestantes; desde la
policía se escuchó como respuesta otro grito igual de gutural que
el primero. Los manifestantes soltaron sus piedras y se lanzaron en
masa corriendo contra la policía; los policías soltaron sus escudos
y lanza lacrimógenas y avanzaron en grupo compacto contra los
manifestantes. Algunos observadores externos dijeron que al chocar
ambos grupos se vio una suerte de relámpago invadiendo el lugar.
Cinco segundos más tarde la batalla estaba desatada: los hombres y
mujeres se golpeaban con violencia incontrolable con pies, puños y
palos. Los cuerpos empezaban a caer de lado y lado, y la sangre
empezaba a cubrir el improvisado campo de Marte donde se llevaba a
cabo la refriega. El operador del carro lanza aguas miraba en
silencio.
Media
hora más tarde la refriega había terminado .Centenares de cuerpos
cubrían el rojo pavimento del lugar. Un piquete de policías y un
grupo de manifestantes que recién habían llegado miraban
estupefactos la horrenda escena. A lo lejos se escuchaban las sirenas
de las ambulancias que venían a socorrer a los heridos. El alto
mando de la policía y los líderes de los manifestantes intentaban
comprender qué era lo que había sucedido. El operador del carro
lanza aguas no sabía que había pasado. Su memoria se borró en el
instante en que Hades se apoderó de su cuerpo para provocar la
batalla y conseguir más súbditos para su reino, y una vez que
abandonó su cuerpo recuperó con lentitud el gobierno de su mente.
Más tarde debería explicar por qué no hizo su trabajo de dispersar
con el chorro de agua y de dónde sacó la música que gatilló la
debacle sucedida.