La
muchacha tarareaba una canción de su banda favorita mientras
caminaba hacia el trabajo. Las últimas dos semanas habían sido
demasiado pesadas, así que por salud mental se refugiaba en su
música el mayor tiempo posible para no verse afectada ni alterar el
clima laboral que estaba cada día peor. Esa mañana la muchacha
entró al hall, dijo buenos días, y al no recibir respuesta alguna,
se encerró en su cubículo a trabajar en silencio.
Diez
de la mañana. A través de sus audífonos escuchó una fuerte
discusión entre compañeros de trabajo. La muchacha se puso de pie,
en ese instante sintió una mano en su hombro que la retuvo: era su
jefe quien la miró y le hizo un gesto para que guardara silencio y
no se metiera en una disputa que no le correspondía. La muchacha se
encogió de hombros y simplemente continuó con su trabajo en
silencio, centrando su atención en la música que manaba de sus
audífonos.
Once
de la mañana. La muchacha empezó a escuchar gruñidos fuera de su
cubículo, y movimiento de muebles. Al intentar mirar para entender
qué estaba pasando, apareció nuevamente la figura de su jefe quien bloqueó
su campo visual y le hizo con la mano que no, para que la muchacha
siguiera con sus funciones y no tomara en cuenta lo que pasaba en su
entorno. La muchacha siguió mirando a su jefe, quien empezó a hacer
círculos en el aire con su índice sobre su sien: al parecer sus
compañeros estaban algo locos, cosa que se borró de su mente cuando
su jefe esbozó una amplia sonrisa.
Once
y treinta. Ya no se escuchaban ruidos raros, y la calma parecía
haber vuelto a la oficina. De pronto la muchacha sintió dos manos
sujetando sus hombros: La muchacha se sintió incómoda, ya era
segunda vez en la mañana que su jefe la tocaba sin su permiso y por
la espalda, y ello no podía seguir sucediendo. En ese instante un
agudo dolor en su cuero cabelludo la hizo gritar: cinco segundos más
tarde sus gritos se apagaron, mientras su compañero de trabajo
empezaba a engullir su cerebro luego de haber roto su cráneo con sus
dientes. Desde la puerta de su oficina su jefe miraba satisfecho, el
virus zombie se había apoderado de su oficina, y ya todos estaban
convertidos en muertos vivientes. El avance de la infección a nivel
mundial era irrefrenable, y en pocos días sólo la elite quedaría
libre de la infestación. Por fin habían logrado lo que sus
ancestros siempre habían soñado: la dominación mundial. Tal vez no
tenía el sentido esperado, pero no había que ser ten quisquilloso
tampoco.