“Huele
a muerte en el edificio” dijo la anciana en cuanto entró al
estacionamiento del edificio donde se había mudado recientemente su
hija. Era la primera vez que visitaba a su retoño y a su nieta en su
nueva vivienda; en esa ocasión decidió ir en su pequeño auto para
poder volver más tarde de esa visita. A la mujer le incomodó el
encontrar el olor característico que se siente al pasar por fuera de
una funeraria en verano; sin embargo no le dio mayor importancia,
pensando en que probablemente había alguna cañería o
alcantarillado en mal estado.
La
mujer se bajó de su vehículo, entró al hall de acceso, subió por
el ascensor, se bajó en el piso indicado, tocó el timbre y entró
al departamento de su hija. En todo el trayecto el inconfundible olor
no se despegó de su nariz, manteniendo a la añosa mujer
desagradada. Luego de abrazar efusivamente a su hija y a su nieta les
preguntó por el olor, a lo que ambas respondieron que ellas no
sentían nada; al parecer las jóvenes mujeres se habían habituado
al olor y ya no lo sentían, lo que terminó por calmar a la anciana.
Dos
horas más tarde, luego de tomar once, hacer bromas y conversar
amenamente, el olor parecía haber empeorado. La añosa mujer ya no
podía ocultar su incomodidad pues el olor se hacía cada vez más
penetrante; sin embargo ninguna de sus familiares lo sentía. Fue
tanta la intensidad del olor, que en un momento la anciana se puso
bruscamente de pie y terminó en el baño vomitando. Un minuto más
tarde su hija y su nieta estaban a su lado preocupadas, tratando de
ayudar a su madre y abuela a recuperarse rápido. Luego de limpiarse
la boca, la anciana e paró frente al lavamanos para beber un poco de
agua y recomponerse.
La
anciana no lograba entender lo que estaba viendo en el espejo del
baño. Su imagen no era la que ella recordaba de si misma. Su piel
estaba gris, sus pestañas y cejas se estaban cayendo, sus labios
estaban mustios y se descascaraban rápidamente: en ese momento la
anciana se dio cuenta que de ella emanaba el olor. De pronto recordó
que dos meses atrás se había desmayado, y que desde esa fecha nadie
parecía fijarse en ella. En ese momento se dio cuenta que no estaba
en el departamento de su hija sino en un pasillo del cementerio, y
que su hija y su nieta estaban colocando flores en su tumba. En esa
ocasión trataría de recordar su muerte, pues ya era cuarta vez que
le sucedía lo mismo a su olvidadiza alma.