La
sirena nadaba libremente por el fondo del océano. Su poderosa cola
le permitía superar a las barracudas sin mayor esfuerzo, y sus
brazos pegados al cuerpo mejoraban sus capacidades hidrodinámicas
haciéndola inalcanzable para cualquier criatura. Los animales del
mar la respetaban, y muchos de ellos le temían, pues conocían de
los poderes de su canto, que no solo servía para seducir a los
humanos en la superficie, sino era capaz de aturdir cualquier cosa
con vida que fuera capaz de escuchar su agudo sonido. Así, la sirena
era ama y señora de aquellos dominios que nadie necesitaba
delimitar.
Esa
mañana los animales marinos parecían agitados. En la superficie del
mar andaba una inusitada cantidad de barcos que navegaban agrupados.
Los peces de inmediato empezaron a sumergirse ante la eventualidad
que se tratara de una flota de pesqueros; por su parte delfines,
orcas y algunas focas empezaron a nadar al lado de las naves para
tratar de identificar lo que estaba sucediendo: definitivamente no
eran barcos pesqueros, sino parecían buques de guerra. La sirena se
acercó rauda por debajo de la flota para tratar de averiguar el
porqué de la flota: en ese momento su oído le hizo girar
bruscamente y sus reflejos la llevaron a hundirse rápidamente: sobre
ella pasó un enorme submarino a gran velocidad, que no parecía
pertenecer a la flota de superficie.
La
sirena miraba con curiosidad los movimientos del submarino, que
cambiaba de velocidad a cada momento para situarse con la proa
apuntando hacia los barcos. De pronto el artilugio se detuvo; cuatro
compuertas delanteras se abrieron y se hizo silencio en el fondo del
mar. La sirena miraba expectante el espectáculo que estaba por
suceder. En ese instante una extraña corriente eléctrica recorrió
su cuerpo haciéndole perder el conocimiento.
La
sirena despertó con algo de dificultad. Le costaba respirar, y no
entendía lo que había sucedido. Al recobrar el conocimiento se dio
cuenta que tenía las manos unidas por una suerte de amarra de un
material que no conocía, que estaba metida en un cilindro
trasparente con un líquido con características similares al agua de
mar pero sin serlo, el que a su vez estaba dentro de un habitáculo
pequeño donde al menos tres humanos la observaban y anotaban cosas.
Los buzos tácticos habían logrado por fin capturar a la sirena
mientras la flota y el submarino la distraían, cumpliendo una
planificación de meses. Ahora faltaba llevarla a la base donde la
disecarían para obtener sus secretos y usarlos para crear nuevas
armas para seguir matándose entre sí.