Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, julio 15, 2023

Boxeador

 Quince peleas ganadas, cero empatadas, cero perdidas, ocho nocauts. Así había quedado su record una vez terminada la velada de boxeo profesional de ese sábado por la noche. Su promotor y su entrenador estaban esperanzados por las cualidades del boxeador, en quien veían un buen prospecto para iniciar una carrera en las ligas mayores. A su haber tenía el título nacional, dos títulos regionales de empresas de segunda categoría y un buen ranking en una organización de renombre mundial, por lo que había llegado el momento de empezar a gestionar, al menos en las organizaciones menores, peleas por títulos de mayor jerarquía para lograr ser considerado, en uno o dos años más, por aquella organización en la que estaba bien rankeado para aspirar a títulos mayores. Los planes de los dos hombres volaban cada vez más alto; sin embargo, la mente del boxeador estaba en otra parte.

El boxeador era un hombre que venía de la pobreza, y que había usado al boxeo para intentar sacar a su familia de ese círculo, con resultados adecuados para sus necesidades reales. Su formación educacional era pobre, pues ni siquiera había logrado terminar la educación primaria; su mundo era bastante limitado, entre su casa, el gimnasio y los estadios en que peleaba. Sim embargo el hombre se había dado cuenta, gracias a uno de sus entrenadores, de una extraña cualidad. El entrenador le había enseñado a imaginar las peleas antes de pelearlas, cosa que él intentaba pero que no siempre podía lograr. En sus dos últimas peleas lo había logrado; extrañamente, ambas se había desarrollado exactamente tal y como las había imaginado. El hombre lograba entender que esa capacidad le podría servir para muchas cosas, pero su entrenador al escucharlo se rió, y le dijo que se enfocara en mejorar su jab y su uppercut en vez de pensar en estupideces.

Cuatro meses después el hombre estaba siendo presentado en el ring para su decimosexta pelea; si ganaba esa, tenía asegurado un contrato en la organización de renombre mundial por una oportunidad para un título regional que podía hacerlo subir en el ranking y catapultarlo a ligas mundiales. La campana sonó; el boxeador avanzó con la guardia baja hacia el centro del ring. Su rival vio la oportunidad y le lanzó su mejor recto, sin embargo el puñetazo rebotó en el rostro del boxeador quien ni se inmutó con el golpe. Su rival entonces empezó a lanzarle una andanada de rectos, jabs y uppercuts al boxeador sin guardia, quien parecía estar recibiendo golpes de un niño de tres años. De pronto el boxeador sin guardia levantó su guante izquierdo: en el acto su rival empezó a levitar sobre el ring, mientras el boxeador lo miraba impertérrito. El boxeador bajó bruscamente el guante, y en el acto su rival salió despedido a gran velocidad por el techo del gimnasio. La gente miraba incrédula el espectáculo, mientras el boxeador bajaba del ring para ir a su vestidor a cambiarse de ropa y a empezar a pensar en qué podría usar esa extraña capacidad que había descubierto en su mente, ahora que su carrera en el boxeo había terminado. Mientras tanto, el rival del boxeador aterrizaba con suavidad a dos metros del límite del gimnasio, sin entender qué era lo que había sucedido esa velada.