El
temblor aún se sentía en la sala de clases. En un rincón todas las
alumnas menos una estaban amontonadas, angustiadas de miedo; delante
de ellas la profesora, tanto o más asustadas que ellas, intentaba
protegerlas con su cuerpo. Frente al grupo la alumna nueva intentaba
cobrar lo que le debían.
El
lunes de esa semana la profesora jefe del curso de niñas había
presentado a una nueva alumna, trasladada de otra región, para
incorporarse al año escolar. La niña, más pequeña y delgada que
todas sus compañeras, se veía tímida y silenciosa, Luego de la
presentación, la niña se sentó al fondo de la sala, sola, tratando
de cruzar miradas con las otras niñas, quienes la miraban y se
miraban entre ellas con complicidad. A la hora del recreo la pequeña
se dirigió al baño, donde fue rodeada por sus compañeras quienes
empezaron a empujarla, mojarla, tirarle el pelo y tironear su ropa
intentando rasgarla. La niña no reaccionó, e hizo lo que pudo para
escapar del acoso y llegar al patio.
A
la hora del segundo recreo la niña se acercó a la profesora ara
contarle lo sucedido. La mujer la miró, se sonrió, y le dijo que
delatar era de cobardes, que ella debería enfrentar sola la
situación pues ella odiaba a las niñas cobardes, y que si volvía a
delatar a sus compañeras ella misma la castigaría para que
aprendiera a reaccionar como mujer adulta. La pequeña la miró
temerosa sin saber qué hacer.
Martes,
miércoles y jueves fueron igual que el lunes, la pequeña niña
intentando huir de las compañeras que la acosaban y la agredían, y
la profesora haciendo la vista gorda. El viernes sin embargo la
pequeña niña llegó extremadamente seria, con un rostro sin
emociones, y con el cuerpo tenso. Un par de niñas le tiraron el pelo
en la fila antes de entrar a la sala; la profesora se dio cuenta y
simplemente se rió. Luego de entrar a la sala la pequeña se quedó
de pie frente al curso; cuando la profesora le ordenó que se
dirigiera a su asiento, la niña la miró con odio: en ese momento
empezó un fuerte temblor en la sala, mientras la espalda de la niña
empezó a moverse como si tuviera vida propia. La espalda del
delantal se agitaba, se puso tensa, y un ruido de rotura de costuras
y tela se dejó sentir. En ese momento las niñas empezaron a gritar
de espanto.
La
pequeña niña seguía de pie frente al curso, el cual se amontonó
en un rincón de la sala detrás de la profesora, mientras el temblor
seguía. El delantal se había rasgado, y desde la espalda de la
pequeña había salido un portentoso par de alas: sin embargo estas
no eran blancas ni tenían plumas, de hecho eran grises negruzcas con
gruesas vetas que sostenían el tejido. El rostro de la pequeña ya
no era el de una niña, sino de una especie de fauno alado, cuya
mirada de odio hacía temblar de espanto a todas dentro de la sala.
El demonio había sido enviado a ese curso a terminar con los abusos
de niñas y profesora, para de un modo u otro ayudar a los más
débiles. El demonio abrió sus brazos, y una bola de fuego se generó
en el espacio entre ellos. En el resto del colegio mientras tanto,
transcurría el primer recreo de la jornada.