La
muchacha estaba enrabiada. Esa mañana un bus había chocado su
vehículo y había huido del lugar, dejándola botada y con parte
importante del tren trasero de su automóvil comprometido. La joven
mujer debió llamar una grúa para trasladar su vehículo a algún
servicio para que lo repararan, lo que hizo que no alcanzara a llegar
a su trabajo. Más encima la evaluación del daño salió mucho más
caro de lo esperado, lo que haría que probablemente la desvincularan
del seguro una vez terminada la reparación de los daños. Su mañana
había empezado terrible, y el desarrollo del día estaba siguiendo
la misma vía.
La
muchacha iba caminando hacia su casa desde el taller mecánico, pues
no había llevado dinero en efectivo para pagar un taxi o tomar algún
bus. Mientras masticaba su rabia un niño con una caja con chocolates
se acercó a ella para pedirle que le comprara; la muchacha le dijo
que no y prosiguió su marcha. Dos cuadras más cerca de su destino
la joven se dio cuenta que el niño seguía caminando a su lado con
la caja de chocolates; la mujer lo miró algo extrañada y
simplemente siguió caminando.
A
las cinco cuadras de marcha la muchacha se incomodó pues el niño
aún caminaba a su lado; se detuvo y le dijo con voz fuerte que
dejara de seguirla. Los otros transeúntes la miraron con extrañeza
pero siguieron caminando. La mujer se quedó tranquila al ver que el
niño dejó de seguirla; había logrado su objetivo, por lo que podía
seguir caminando y masticando su rabia. Dos cuadras más allá, al
doblar una esquina, la joven se encontró de frente nuevamente con el
niño; sin embargo, algo parecía haberle sucedido en el trayecto.
La
joven mujer se asustó, pues el niño estaba cubierto de sangre, sus
ropas parecían estar rotas y sucias, y una profunda herida se dejaba
ver en su cuero cabelludo. La muchacha se agachó a mirar al niño a
ver si lo podía ayudar; de hecho al ver lo profunda de la herida
empezó a pedir ayuda al resto de los transeúntes para que alguien
llamara una ambulancia. La gente que pasaba a su lado la miraba con
extrañeza; de pronto un muchacho se detuvo e hizo una llamada
telefónica. Cinco minutos más tarde dos policías motorizados se
detuvieron frente a ella y le preguntaron si le pasaba algo, si se
sentía bien, o inclusive si es que había bebido algo o usado alguna
droga. La muchacha les indicó al niño; en ese momento todo se
complicó.
El
niño no estaba en el lugar. El muchacho que hizo la llamada se
acercó y les dijo a los policías que la muchacha se había agachado
de la nada, empezó a mover su mano en el aire como si tocara a
alguien invisible y por eso él los había llamado. De pronto la
joven vio que detrás de los policías apareció nuevamente el niño,
quien la miraba con tristeza. La angustia se apoderó de la muchacha,
quien en ese instante tuvo una corazonada: le contó a los policías
del accidente, y los llevó al lugar del suceso. Luego de buscar
entre los matorrales al lado de la carretera, uno de los policías
encontró el cuerpo de un niño con la ropa ajada, cubierto de
sangre, una herida profunda en el cuero cabelludo, y una caja de
chocolates aplastados a un par de metros del cuerpo. El policía dio
inmediato aviso a la central para empezar a buscar el bus, mientras
su compañero le tomaba declaración a la joven, Tras ellos, el alma
del niño apareció pare despedirse de la muchacha y agradecerle por
encontrar sus restos. La joven, sin dejar de hablar con el policía,
le guiñó un ojo al alma del niño antes que ésta siguiera su viaje
a donde debía viajar.