El
anciano estaba sentado en una incómoda posición para sus viejas
articulaciones tratando de meditar, según las instrucciones de un
afamado maestro nacional. El hombre no era capaz de concentrarse
debido al dolor, por lo cual no lograba poner la mente en blanco como
guiaba el maestro. En ese momento en su mente una palabra se
apoderaba de sus pensamientos: dolor.
El
maestro vio la cara del anciano donde se expresaba su sentir de ese
momento. En lugar de acercarse a corregir la postura del hombre, le
dijo que se sentara en cualquier posición en que se sintiera cómodo,
a ver si con eso lograba poner la mente en blanco. El hombre
agradeció al maestro, luego de lo cual se sentó simplemente en el
piso hasta encontrar una posición en que nada le doliera. Pasados
tres minutos logró encontrar una postura en que ninguna parte del
cuerpo le dolía: a los dos minutos el anciano se había quedado
profundamente dormido.
El
anciano despertó algo asustado; sin embargo el maestro lo miraba
tranquilo, acercándose a él diciéndole que se calmara, que nada
malo había pasado, que solamente se había dormido, y que era
natural luego de encontrar una posición sin dolor. El maestro luego
le indicó al anciano que intentara alguna postura intermedia entre
su posición sin dolor y la posición que él le había enseñado. El
hombre logró una postura intermedia en que sentía cómodo; el
hombre cerró los ojos, y por primera vez en su vida logró poner la
mente en blanco, y empezar a hacer los ejercicios mentales indicados
por el maestro.
El
anciano abrió los ojos. La sala estaba a oscuras y vacía. En un
rincón estaba sentado el maestro mirándolo. El anciano se paró sin
dificultad, y dirigió sus pasos hacia el maestro. De pronto el
semblante del maestro empezó a brillar como si fuera un foco
halógeno. El hombre lo miró sorprendido. El maestro le indico con
el dedo el lugar donde había estado meditando. El hombre no creía
lo que estaba viendo.
El
anciano vio su cuerpo en posición de meditación completamente
tieso, con los ojos abiertos. El hombre se dio vuelta donde estaba el
maestro, pero éste ya había desaparecido. En ese momento el anciano
entendió todo: había muerto en la sala de meditación sin que nadie
se hubiera dado cuenta, salvo el maestro quien al parecer tampoco
pertenecía al mundo de los vivos. Tal vez al otro día encontrarían
su cuerpo en posición de loto; por ahora debía preocuparse que su
alma siguiera el camino que toda alma debe tomar al abandonar su
cuerpo.