La
pequeña niña de cinco años jugaba con su gato de la misma edad. La
mascota había llegado al hogar de la familia en una fecha cercana al
nacimiento de la niña, por lo cual habían crecido juntos, lo que
había generado entre ellos un lazo casi indisoluble, en que ambos se
protegían, y cuyo cariño no parecía tener límites. Esa tarde la
pequeña había llegado del colegio, y luego de cambiarse de ropa y
tomar onces con su familia, se dirigió a su habitación a jugar con
su compañero de vida.
Dos
horas más tarde la madre de la niña se dirigió al dormitorio,
donde niña y gato jugaban animadamente. De pronto la niña se quedó
tiesa mirando una pared, para luego empezar una conversación con la
nada. La madre entendió que la pequeña jugaba con un amigo
imaginario; sin embargo algo llamaba su atención: el gato miraba a
la misma pared, y parecía hacerle fiestas a la misma nada.
Media
hora más tarde la mujer llamó a su marido. El hombre se dirigió a
la habitación de la pequeña, quien seguía hablando a la pared
mientras el gato miraba hacia el mismo lugar que la pequeña. De
pronto la niña empezó a hablar en otro idioma; su madre de
inmediato reconoció que la pequeña había empezado a hablar en un
perfecto francés, lengua que nadie le había enseñado. En ese
momento el gato se lanzó de espaldas al piso: al mirarlo con
detención los padres de la niña vieron cómo el pelaje del abdomen
del animal se veía aplastado francamente por una suerte de mano
invisible. En ese instante la pareja tomó bruscamente a la niña y
salieron huyendo a la calle.
Tres
horas más tarde los ánimos se habían calmado. La familia había
vuelto al hogar, la pequeña a su dormitorio, y sus padres al
comedor. Ambos se sirvieron sendas copas llenas de vino para intentar
asimilar lo que habían escuchado. En la calle la niña les preguntó
por qué la habían sacado de su dormitorio: sus padres intentaron
explicarle que tenían miedo de lo que habían visto en el lugar. La
niña se paró delante de ellos, y con una voz desconocida para
ellos, de mujer adulta, les explicó que ella, el gato, y el ser que
los acompañaba en la habitación habían compartido decenas de vidas
en el pasado. Cuando el padre le preguntó por qué esa cosa
invisible estaba en su habitación, la voz les dijo que esa alma se
estaba preparando para acompañarlos cerca de un año más, cuando
naciera como su hermanito. Al escuchar eso, el matrimonio quedó casi
paralizado: la noche anterior habían conversado la posibilidad de
agrandar la familia. Estaba claro que ello ya estaba decidido, y no
por ellos.