La
muchacha sentía el viento acariciar su rostro esa fría mañana de
invierno. La noche anterior había llovido, y ahora el viento frío
acariciaba todos los rostros que a esa hora deambulaban por las
calles de la ciudad. La muchacha también se había llovido la noche
anterior: sus ojeras denotaban una larga noche de insomnio y
lágrimas; pero ya todo había pasado, había empezado otro día, y
su rostro disfrutaba el viento en su superficie.
La
muchacha veía como todo parecía girar a su alrededor. En ese
momento no se sentía mareada ni nada parecido, simplemente veía
como todo giraba sin ritmo alguno; la muchacha intentaba fijar su
vista, pero en ese momento le era imposible, así que simplemente
decidió dejarse llevar y ver todo girar vertiginosamente. En algún
momento la muchacha pensó en cerrar sus ojos, pero sabía que ese
momento sería irrepetible, por lo que prefirió seguir viendo lo que
en ese momento sucedía.
La
muchacha iba con audífonos conectados a su teléfono celular,
escuchando su música favorita. La melodía de la canción “Fe”
de Jorge González retumbaba en su cerebro, y la voz del cantante la
mantenía en una especie de trance. El viento seguía acariciando su
rostro: de pronto la fuerza del viento fue tal, que el sonido en sus
oídos superó el volumen del reproductor de audio, provocando una
extraña mezcla en su cerebro, que mal que mal le encantaba sentir.
La
gente parecía acercarse rápidamente a la muchacha, quien seguía
disfrutando el viento en su rostro. En ese momento un grito
ensordecedor se dejó escuchar, paralizando por un instante el tiempo
a su alrededor. Acto seguido un golpe seco se dejó sentir en el
pavimento, seguido de más gritos de espanto y sorpresa: el cuerpo de
la muchacha se había destrozado contra el cemento, luego de lanzarse
desde el piso quince del edificio situado en medio de la comuna que
la vio nacer, crecer y vivir la maldita depresión que terminó
llevándola a tomar la peor decisión de su existencia, pero que de
un u otro modo le había ayudado a acabar con su sufrimiento. Al lado
de sus restos quedaba de pie su alma, confundida por lo que había
hecho, y sin saber qué le tenía deparado el destino más allá de
la muerte.