La
mujer y su esposo disfrutaban de una tranquila noche de sábado en la
casa que compartían hacía ya diez años desde que decidieron irse a
vivir juntos, tres años antes de casarse. Esa noche en el
reproductor de audio se escuchaba música de la época de juventud de
la pareja; mientras la mujer vigilaba la parrilla para que la carne
estuviera a punto, el hombre buscaba en la pequeña cava que tenían
el mejor vino tinto para humedecer la noche y equilibrar el sabor del
asado que la mujer terminaba de preparar.
La
mujer empezó a llevar bandejas con la carne caliente a la mesa. En
ese momento vio una botella de vino que no recordaba; al preguntarle
a su marido éste le dijo que la había encontrado casi en la base de
la cava, que él tampoco la recordaba, pero que por la antigüedad
que tenía probablemente sería lo mejor para acompañar dicha noche.
La mujer no le dio mayor importancia, y mientras su marido
descorchaba el vino, ella terminaba de llevar el contenido de la
parrilla a la mesa. Estando el vino descorchado, el hombre fue a la
cocina a traer las ensaladas.
El
asado estaba resultando perfecto esa noche. La comida estaba sabrosa,
la música excelente, la conversación variaba de un tema a otro; sin
embargo, y por algún extraño motivo, ninguno de los dos había
tocado siquiera el vino. Las copas estaban llenas, pero ninguno de
los dos parecía en ese momento entusiasmado por beber. De pronto el
hombre tomó la iniciativa, e invitó a su esposa a hacer un brindis
por la noche compartida.
Mujer
y hombre se retorcían de dolor en el suelo; los gritos lograban
inclusive tapar el sonido de la música en la casa. El vino les había
provocado un dolor salvaje desde que bebieron el único sorbo que
alcanzaron a tomar. Tal era la intensidad de los gritos que sus
vecinos se dieron cuenta, y de inmediato se dirigieron a la casa a
ver si podían ayudar en algo; por un asunto de seguridad las mujeres
habían compartido un juego de llaves, por lo que no fue problema
para el matrimonio amigo entrar al hogar. Al llegar al comedor, ambos
quedaron casi paralizados.
El
matrimonio vecino no entendía lo que estaba sucediendo frente a sus
ojos. Los dueños de casa estaban ambos botados en el suelo. El
cuerpo del hombre llegaba hasta su abdomen y el de su esposa sólo
hasta el tórax: bajo ese límite sus cuerpos estaban convertidos en
piedra. A cada segundo que pasaba la piedra reemplazaba cada cuerpo,
y lentamente el matrimonio parecía estar convirtiéndose en
estatuas. La mujer llamó a la policía mientras grababa con su
teléfono celular lo que estaba sucediendo para que alguien les
creyera tan disparatada historia. El hombre mientras tanto intentaba
consolar a la pareja en su sufrimiento sin saber qué hacer para
poder ayudarlos. En ese momento el hombre le gritó acerca del vino:
los ojos del vecino se fijaron en la botella, en cuya etiqueta se
veía el rostro deforme de una mujer con una cabellera formada de
serpientes.