La
anciana estaba terminando de preparar el té para esa tarde de
inverno. La señora había sido fanática de ese brebaje desde niña,
habiendo heredado el gusto de su madre, quien también lo heredó de
su madre, y así por más de trescientos años de tradición
familiar. La anciana no tenía una técnica secreta ni tampoco un
ritual elaborado: simplemente calentaba agua en una pequeña tetera
metálica, vaciaba en el continente hojas de té, servía en una taza
un poco del concentrado y luego terminaba de llenar con más agua
caliente.
Esa
fría tarde la lluvia arreciaba como hacía ya tres días de ese
extraño invierno en que habían vuelto las lluvias a la ciudad,
luego de años de sequía. La mujer cuidaba en la cocina la cocción
de las hojas para lograr el sabor de siempre en su preparado.
Mientras tanto en el comedor quedó encendido el televisor, donde se
anunciaba un extra noticioso. La anciana se dirigió al lugar para
ver qué había sucedido: en pantalla apareció el presidente de la
república quien, en tono sombrío, habló acerca de la vida, de la
patria y de la trascendencia. De pronto la mujer se dio cuenta que ya
era hora de apagar la cocina: el tiempo de su té se había cumplido.
La
anciana disfrutaba de su té esa tarde. En la taza las dos cucharadas
de azúcar le daban el dulzor justo para recordar casi cada taza
bebida durante su vida. Su recuerdo viajaba a su niñez, en la época
en que las lluvias eran frecuentes y abundantes, en que la vida era
más simple, con menos tecnología y algo más de humanidad. La mujer
ya no recordaba hacía cuánto tiempo que no veía en persona a sus
hijos y nietos, quienes eran fanáticos de las video llamadas. A la
mujer no le incomodaban, pero prefería el contacto persona a
persona. Justo en ese momento le llegó un mensaje: toda su familia
quería hablar con ella.
La
anciana colocó el teléfono en una especie de atril por detrás de
su taza de té. Mientras bebía su tercera taza vio aparecer en
pequeñas pantallas a todos sus hijos y nietos, quienes con cara y
voz de pena parecían estar despidiéndose de ella. La mujer no
entendía lo que estaba sucediendo pues no recordaba tener alguna
enfermedad grave o algo parecido. Al preguntarles su hijo mayor le
preguntó si no había visto el extra noticioso. Cuando estaba por
responderle escuchó la tetera hirviendo, les avisó a su familia que
la esperaran y se dirigió a la cocina a apagar la cocina para seguir
preparando más tazas de té. Sus hijos se quedaron en silencio al
ver que el cronómetro en reversa colocado en las televisoras llegaba
a cero. Cuando la mujer estaba por sentarse frente a la pantalla
nuevamente para preguntar qué estaba pasando, una cegadora luz
invadió todos los espacios por doquier: las bombas nucleares cayeron
por toda la superficie de la tierra, luego que un hacker las activara
remotamente sin que nadie pudiera hacer nada para detenerlo.