El
joven cabeceaba frente a la pantalla del computador. La noche
anterior había dormido bastante mal, por lo que el sueño no lo
dejaba concentrarse en el trabajo. Tal como ya le había ocurrido en
otras ocasiones, no le quedaba otra que recurrir al viejo truco de la
mayoría de las personas: tomar café cargado. El hombre terminó de
llenar un documento y se dirigió a la salita de estar a tomarse un
café.
Luego
de la clásica conversación entre compañeros de trabajo que no se
soportan pero se deben al menos tolerar, el hombre calentó agua en
el hervidor y se sirvió la imprescindible taza de café para
espantar el sueño. A la media hora de beber apresuradamente el
brebaje, el sueño aumentó notoriamente. El hombre no podía
mantenerse despierto, lo que empezó a desesperarlo pues tenía
trabajo que entregar antes de mediodía. El hombre se puso nuevamente
de pie para servirse una segunda taza: luego de terminar de beberla,
el hombre cayó profundamente dormido sobre su escritorio.
Poco
antes de mediodía su jefe apareció en su oficina, y al verlo
profundamente dormido se devolvió a su oficina, para volver a la
media hora con la carta de despido firmada. El hombre despertó
sobresaltado, intentó explicarle a su jefe lo que le había sucedido
sin ser escuchado: la decisión ya estaba tomada, pues en esa empresa
no se toleraría tal falta de respeto a la estructura del trabajo. El
hombre entró en desesperación al saber que había quedado cesante
sin poder entender por qué el café no le había servido de nada. De
pronto algo extraño empezó a pasar en su cabeza, perdiendo la
conciencia.
La
secretaria estaba feliz. Luego de años de haber sido rechazada por
el hombre había logrado su venganza: al verlo ir a buscar café con
cara de sueño sacó de su cartera una caja de pastillas para dormir
vaciándola en el recipiente de agua para hacer que se durmiera en el
trabajo. Después que el hombre se durmió no fue difícil hacer que
su jefe fuera a verlo a la oficina dormir profundamente. Ahora que su
viejo amor había sido despedido podía vanagloriarse de su poder en
la oficina. En ese instante el hombre entró a la salita de estar con
la mirada perdida, tomó por el cuello a la mujer, y empezó a
apretar hasta matarla. Nadie en la oficina sabía que el hombre tenía
una reacción paradojal al compuesto de las pastillas para dormir,
haciendo que al despertar perdiera el control de sus actos. La mujer
terminó muerta producto de su propia venganza; respecto del hombre,
al tener un documento médico que lo respaldaba, tenía argumentos
suficientes para que un buen abogado lograra disminuir su condena.