Los
manifestantes marchaban por la calle contando el tránsito al avanzar
por la calzada; sus gritos llenaban el ambiente y la cantidad de
personas los convertía en una turba amenazadora. El joven policía
estaba destinado ese día al control del orden público; era la
primera vez que le tocaba controlar una protesta, por lo que la
incomodidad y los nervios lo acompañaban esa jornada. Incomodidad,
por la cantidad de elementos y ropas de seguridad que debía portar,
incluyendo un escudo para establecer una barrera contra los
manifestantes. Nervios, por la incertidumbre que involucraba todo lo
que podía suceder ese día.
Tras
el policía iba otro compañero que tenía más experiencia en esos
menesteres, quien guiaba sus pasos tomándolo firmemente por uno de
sus hombros. Hasta ese momento no había pasado nada grave, los
manifestantes mantenían su distancia y sólo se dedicaban a gritar
sus consignas sin destruir nada a su paso; ninguna piedra había sido
arrojada contra ellos, ni nadie había intentado romper la formación
de los policías. De pronto se empezaron a escuchar silbidos al
unísono, y el compañero que iba afirmándolo apretó su hombro y
alcanzó a decirle que tuviera cuidado: el joven alcanzó a levantar
la mirada, y vio cómo una especie de bola naranja volaba por los
aires en dirección suya.
La
manifestación se detuvo, y tanto policías como manifestantes
quedaron paralizados en medio de la calle. La bomba incendiaria había
sido lanzada por uno de los manifestantes que llevaba una especie de
casco y máscara de gases que ocultaba casi en la totalidad su
rostro. Sin embargo, el artefacto de fabricación casera se había
detenido en el trayecto, quedando suspendida en el aire a tres metros
por sobre el escudo hacia el cual había sido apuntado. El novel
policía y su compañero guía no lograban entender lo que estaba
sucediendo; en ese momento los compañeros de quien había lanzado la
bomba y que iban ataviados igual que él sacaron más bombas
incendiarias y piedras, y las empezaron a lanzar contra la pareja de
policías.
La
situación era realmente incomprensible para todos. Luego del nuevo
lanzamiento de piedras y bombas incendiarias había sucedido lo
mismo: todos los artefactos habían quedado suspendidos en el aire,
tal como en una película de fantasía o ciencia ficción.
Manifestantes y policías no lograban entender lo que estaban viendo;
mientras tanto, equipos periodísticos transmitían en vivo a sus
canales de televisión la incomprensible situación. En ese momento
el joven policía bajó el escudo: luego de ello las piedras y bombas
incendiarias cayeron al suelo atraídas por la gravedad sin seguir su
trayecto original: Mientras la bencina de las bombas se consumía en
el pavimento, el compañero del joven policía soltaba su hombro y se
alejaba atemorizado de lo que había visto. Sólo en ese instante el
muchacho supo que tenía el poder de la telekinesis, siendo capaz con
su mente de detener lo que le habían lanzado. En la calle tanto
manifestantes como policías se disgregaron. En las filas de los
manifestantes empezaron a pensar cómo luchar contra ese extraño
policía. En las filas policiales los oficiales empezaron a pensar
cómo aprovechar el poder del policía que se había manifestado en
esos momentos. En la mente del policía sólo un pensamiento lo
ocupaba: terminar el turno para ir a su casa y abrazar con fuerza a
su madre y a su padre.