La
mujer estaba incómoda con la situación que estaba viviendo. Esa
mañana sus compañeros de trabajo la habían preparado una pequeña
celebración por su cumpleaños. La mujer estaba molesta, pues todos
los años pedía el día libre para pasarlo en su casa; sin embargo
ese año había cambiado la jefatura, y al nuevo jefe le gustaba la
integración de los trabajadores por lo que no autorizaba que nadie
faltara el día de su cumpleaños para así obligar a todos a
compartir la fecha en la oficina. Luego de esa mañana, la mujer
estaba pensando seriamente enfermarse el año siguiente y conseguirse
una licencia médica para poder pasar el día en paz.
Luego
de cantarle el cumpleaños feliz y repartir la torta entre todos los
participantes, el nuevo jefe empezó a dar un discurso acerca de la
mujer, quien ya no podía más de incomodidad. De pronto la mujer se
dio cuenta que el nuevo jefe parecía saber demasiadas cosas de ella,
pues empezó a relatar detalles que ella apenas recordaba y que nadie
fuera de su familia podía saber. El rostro de la mujer empezó
lentamente a desfigurarse.
La
celebración había tomado un cariz extremadamente incómodo. Los
mismos compañeros de la mujer sentían que el nuevo jefe estaba
invadiendo la privacidad de la compañera de trabajo al contar
detalles acerca de la infancia y juventud de la mujer. De pronto el
hombre empezó a hablar acerca de las parejas de juventud de la
mujer: en ese momento la cumpleañera no soportó más, se puso de
pie y se dispuso a salir; sólo en ese momento todos supieron que la
puerta estaba cerrada con llave.
El
jefe empezó a contar la historia de uno de los amoríos de la mujer.
Según el relato la mujer se había enamorado de un estudiante
universitario con quien inició una relación de pareja, quedando
embarazada. La mujer dio a luz, luego de lo cual entregó el hijo al
padre y se mudó de ciudad, para no volver a tener contacto nunca más
con ninguno de los dos. Los compañeros de trabajo estaban
paralizados: en ese momento en la puerta se escuchó un click: el
seguro se acababa de soltar.
La
sala había quedado vacía, salvo por la mujer y el jefe. La mujer
había reconocido las facciones de su antigua pareja; ella miró al
hombre entendiendo lo que había sucedido. El jefe era su hijo, y
había decidido desenmascararla frente a todos como venganza por
haberlo abandonado junto a su padre. La mujer le dijo a su jefe que
sentía mucho haberlo abandonado a él y a su padre, pero que a esa
edad no se sentía con las capacidades para ser madre. El jefe la
miró y se largó a reír; la mujer sin entender lo que sucedía le
preguntó a su hijo el motivo de su risa. El hombre la miró a los
ojos y le contó la verdad: él no era su hijo sino su pareja. Luego
que ella lo abandonara el muchacho se puso en contacto con una bruja
quien le dijo qué hacer. El muchacho sacrificó a su hijo para luego
beber su sangre y lograr veinticinco años de juventud. El período
se había cumplido, y ahora necesitaba renovar su juventud: por
supuesto que todos entenderían que después de la revelación la
mujer se iría de la empresa para siempre por vergüenza. Mientras
tanto, a su pareja no le costaría mucho desaparecer el cuerpo
desangrado de la mujer una vez completado el proceso.