El
río pasaba torrentoso bajo el puente vehicular en medio de la
ciudad. Casi nadie notaba su presencia pues siempre había sido parte
del entorno, de hecho la ciudad había nacido y crecido en torno a
él, amoldándose a su anatomía para no alterar su curso original y
permitir la tan necesaria supremacía de la naturaleza sobre las
creaturas humanas. Sus riberas habían sido hermoseadas y convertidas
en parques y paseos, completando una perfecta fusión entre todos los
actores de la ciudad
Esa
mañana había un taco que detenía los vehículos sobre el puente,
el cual vibraba con fuerza cada vez que algún camión pasaba o
quedaba detenido en el lugar. Uno de los conductores miraba con
desdén por la ventanilla esperando a que avanzara la fila de
vehículos; su vista se fijó algunos segundos en el curso del agua,
que parecía hipnotizarlo. De pronto divisó una especie de sombra en
el río; al mirar con mayor detención se dio cuenta que la sombra
parecía tener forma humana. El hombre se bajó del vehículo para
ver con mayor detención la sombra: al darse cuenta que efectivamente
la forma era humana, sacó su teléfono celular para llamar a la
policía.
El
conductor del vehículo que venía tras el suyo se bajó a mirar y
notó lo mismo, por lo cual empezó a gritar para llamar la atención
del resto de los conductores: cinco minutos más tarde dos policías
en motocicleta llegaron al lugar y al darse cuenta de la situación,
llamaron a la central para pedir refuerzos.
Media
hora más tarde varios vehículos policiales acordonaban el lugar, y
funcionarios de fuerzas especiales habían bajado al río para sacar
lo que fuera que generaba la sombra. Al llegar al lugar los policías
vieron la sombra; sin embargo en la posición no había nada. Uno de
los policías metió el brazo en el sitio, pasando de largo: la
sombra correspondía a un túnel en vez de un cuerpo. Los policías
se comunicaron con la jefatura, la cual ordenó que un buzo táctico
se colocara traje con oxígeno para determinar a dónde daba el
supuesto túnel.
El
buzo terminó de colocarse el traje, probó el oxígeno, y una vez
que todo estuvo listo entró al túnel. Dos minutos más tarde salió;
extrañamente se veía como si hubiera subido de peso en esos dos
minutos. Al sacarse la máscara y el gorro de goma sus compañeros
quedaron sorprendidos: su rostro estaba lleno de arrugas y su
frondosa cabellera negra había sido reemplazada por una notoria
cabeza calva rodeada de largas canas por los lados de su arrugada
cabeza.
Media
hora más tarde el buzo estaba en la oficina central de la policía,
con un uniforme dos tallas más grande que el que había usado esa
misma mañana. Varios generales estaban frente a él con cara de
pocos amigos, y luego del saludo protocolar le preguntaron qué había
pasado en esos dos minutos. El relato del policía era inverosímil:
según él la salida del túnel quedaba cerca de diez metros más
abajo que la entrada. Al salir se encontró con una extraña ciudad
en la que se quedó a vivir cerca de veinte años, luego de lo cual
decidió volver para ver qué había pasado en su antiguo mundo,
encontrándose con la sorpresa que sólo habían pasado dos minutos.
En ese momento la puerta fue abierta de golpe: tres hombres con ropa
que parecía de comandos negra, con pasamontañas y armados hasta los
dientes entraron, tomaron al buzo y lo sacaron con violencia del
lugar. Antes que los generales alcanzaran a reaccionar, un hombre
pequeño y enjuto vestido de terno entró a la oficina para
encargarse de eliminar a todos los generales y ocultar para siempre
lo que había pasado en el túnel. El equipo de dobles de los
generales ya estaba listo para empezar a reemplazarlos en el momento.