El
niño caminaba muerto de frío esa mañana, envuelto en una enorme
bufanda que cubría desde su boca hasta la mitad de su tórax, y que
le permitía sobrellevar las bajas temperaturas de ese interminable
invierno. El camino entre su casa y el colegio era relativamente
corto en primavera, verano y otoño, pero el invierno parecía
alargar las distancias y hacer sentir el viaje definitivamente
interminable. Si no fuera por su enorme bufanda sus inviernos serían
simplemente insufribles.
El
timbre del colegio sonó fuerte en el recinto, anunciando el primer
recreo de la mañana. Los niños salieron alegres a jugar, comer o
simplemente pasear. El niño de la bufanda, junto con sus compañeros,
decidieron ese recreo jugar a la pelota; luego de un par de minutos
corriendo el niño empezó a sentir calor, por lo que se sacó la
prenda para dejarla a los pies del arco de la multicancha. Luego de
un entretenido juego sonó el timbre que anunciaba el fin del recreo,
por lo que los pequeños volvieron raudos a sus salas de clases. En
medio de la sala el niño se dio cuenta que había olvidado su
bufanda; nervioso, le pidió permiso al profesor para salir a
buscarla, quien no puso reparos a la petición del pequeño. El niño
fue al arco, donde no había nada; luego recorrió el patio completo,
sin lograr dar con su bufanda, finalmente se metió a los baños de
hombres y hasta al de mujeres, sin dar con la prenda. El niño se
sentía culpable, y en ese momento, casi desnudo. Además no sabría
cómo explicar en su casa el extravío de la prenda, luego de tantas
veces que le indicaron que esa bufanda llevaba poco menos que eones
en la familia.
El
resto del día fue una mezcla de tristeza y ansiedad para el niño.
Sus compañeros lo apoyaron y ayudaron, buscando durante todo el
segundo recreo la bufanda por cada rincón del colegio, sin ser
capaces de dar con ella. El niño les agradeció, y terminó sumido
en la más profunda pena que había sentido en su vida. De pronto
sonó un timbre largo: había llegado la hora de salida, en la que
debería explicarle a su madre lo que le había sucedido.
EL
niño guardó silencio hasta llegar a casa. Luego de comer algo se
encerró en su dormitorio a pensar en el descuido que había
cometido. Al llegar la noche su madre entró al dormitorio a arreglar
su ropa para el día siguiente, y de la nada le preguntó por la
bufanda; justo en ese momento apareció su padre y se apoyó en el
marco de la puerta a ver qué estaba sucediendo. El niño miró a sus
padres, y con la mayor calma que pudo les contó lo que había
sucedido: ambos padres se miraron en silencio, y le dijeron que no se
preocupara, que al día siguiente la recuperaría. El niño los miró
sin entender la respuesta, ni menos la tranquilidad de sus
progenitores.
A
la mañana siguiente el niño entró junto con sus compañeros al
colegio; el inspector hizo que todos se formaran en el patio
principal. Una vez que todos estuvieron reunidos, el director les
informó de la muerte la noche anterior de uno de los profesores, por
lo que las clases fueron suspendidas esa jornada. El curso del
profesor se mostraba acongojado, y muchos niños lloraban la pérdida
de su maestro. Los niños se acercaron a las puertas del colegio en
espera que sus padres volvieran por ellos; el niño instintivamente
se dirigió a su sala de clases, encontrándose con su bufanda sobre
su asiento. Pese a la pena por la pérdida del profesor, el niño no
podía esconder su alegría al encontrar su prenda. Al salir del
colegio su madre lo estaba esperando; al verla lo primero que hizo
fue mostrarla su bufanda. La mujer miró al niño y luego se fijó en
la prenda, que a sus ojos dejaba ver un intenso brillo amarillo. La
vieja bufanda de más de dos siglos de antigüedad y entretejida con
cabellera de sacerdotisa consagrada a un culto satánico había
cobrado una nueva víctima apoderándose de su alma, y vuelto tal
como siempre a su seno familiar. El peor error que pudo cometer el
profesor, fue dejarse encantar por esa maldita bufanda.