Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

lunes, diciembre 25, 2023

Bufanda

 El niño caminaba muerto de frío esa mañana, envuelto en una enorme bufanda que cubría desde su boca hasta la mitad de su tórax, y que le permitía sobrellevar las bajas temperaturas de ese interminable invierno. El camino entre su casa y el colegio era relativamente corto en primavera, verano y otoño, pero el invierno parecía alargar las distancias y hacer sentir el viaje definitivamente interminable. Si no fuera por su enorme bufanda sus inviernos serían simplemente insufribles.

El timbre del colegio sonó fuerte en el recinto, anunciando el primer recreo de la mañana. Los niños salieron alegres a jugar, comer o simplemente pasear. El niño de la bufanda, junto con sus compañeros, decidieron ese recreo jugar a la pelota; luego de un par de minutos corriendo el niño empezó a sentir calor, por lo que se sacó la prenda para dejarla a los pies del arco de la multicancha. Luego de un entretenido juego sonó el timbre que anunciaba el fin del recreo, por lo que los pequeños volvieron raudos a sus salas de clases. En medio de la sala el niño se dio cuenta que había olvidado su bufanda; nervioso, le pidió permiso al profesor para salir a buscarla, quien no puso reparos a la petición del pequeño. El niño fue al arco, donde no había nada; luego recorrió el patio completo, sin lograr dar con su bufanda, finalmente se metió a los baños de hombres y hasta al de mujeres, sin dar con la prenda. El niño se sentía culpable, y en ese momento, casi desnudo. Además no sabría cómo explicar en su casa el extravío de la prenda, luego de tantas veces que le indicaron que esa bufanda llevaba poco menos que eones en la familia.

El resto del día fue una mezcla de tristeza y ansiedad para el niño. Sus compañeros lo apoyaron y ayudaron, buscando durante todo el segundo recreo la bufanda por cada rincón del colegio, sin ser capaces de dar con ella. El niño les agradeció, y terminó sumido en la más profunda pena que había sentido en su vida. De pronto sonó un timbre largo: había llegado la hora de salida, en la que debería explicarle a su madre lo que le había sucedido.

EL niño guardó silencio hasta llegar a casa. Luego de comer algo se encerró en su dormitorio a pensar en el descuido que había cometido. Al llegar la noche su madre entró al dormitorio a arreglar su ropa para el día siguiente, y de la nada le preguntó por la bufanda; justo en ese momento apareció su padre y se apoyó en el marco de la puerta a ver qué estaba sucediendo. El niño miró a sus padres, y con la mayor calma que pudo les contó lo que había sucedido: ambos padres se miraron en silencio, y le dijeron que no se preocupara, que al día siguiente la recuperaría. El niño los miró sin entender la respuesta, ni menos la tranquilidad de sus progenitores.

A la mañana siguiente el niño entró junto con sus compañeros al colegio; el inspector hizo que todos se formaran en el patio principal. Una vez que todos estuvieron reunidos, el director les informó de la muerte la noche anterior de uno de los profesores, por lo que las clases fueron suspendidas esa jornada. El curso del profesor se mostraba acongojado, y muchos niños lloraban la pérdida de su maestro. Los niños se acercaron a las puertas del colegio en espera que sus padres volvieran por ellos; el niño instintivamente se dirigió a su sala de clases, encontrándose con su bufanda sobre su asiento. Pese a la pena por la pérdida del profesor, el niño no podía esconder su alegría al encontrar su prenda. Al salir del colegio su madre lo estaba esperando; al verla lo primero que hizo fue mostrarla su bufanda. La mujer miró al niño y luego se fijó en la prenda, que a sus ojos dejaba ver un intenso brillo amarillo. La vieja bufanda de más de dos siglos de antigüedad y entretejida con cabellera de sacerdotisa consagrada a un culto satánico había cobrado una nueva víctima apoderándose de su alma, y vuelto tal como siempre a su seno familiar. El peor error que pudo cometer el profesor, fue dejarse encantar por esa maldita bufanda.