El
teléfono de red fija sonaba sin cesar, impidiendo que el muchacho
pudiera conciliar el sueño. Para el adolescente el aparato era
completamente anacrónico, y no entendía por qué sus padres
insistían en mantener ese aparato que funcionaba por medio de un
cable, habiendo bastantes teléfonos celulares en la casa; sin
embargo no era él quien mantenía la casa, por lo que su opinión no
tenía impacto alguno en esas decisiones.
Luego
de esperar un par de minutos, y ya que nadie contestaba el teléfono,
el muchacho de puso de pie, levantó el auricular y saludó con voz
cansada. En ese momento se escuchó del otro lado una voz como de
ultratumba que lo saludaba por su nombre, y le preguntaba cómo
estaba él y sus padres, a quienes también llamó por sus nombres de
pila.
EL
muchacho no entendía por qué alguien llamaba a las tres de la
mañana preguntando como si nada por la salud de la familia. El
muchacho respondió que todos estaban bien, luego de lo cual su
interlocutor le dio las gracias y simplemente cortó. El muchacho
miró con desdén el auricular, colgó, y se acostó a dormir.
A
las cuatro de la mañana el teléfono volvió a sonar
insistentemente; el muchacho despertó, y como nuevamente nadie
contestara, se levantó y contestó la llamada. En esta ocasión la
voz era de una mujer, y nuevamente parecía venir de reino de los
muertos. La voz preguntó por los tres ocupantes de la casa con
nombre y una vez que el muchacho le respondió que estaban todos
bien, dio las gracias y cortó. El muchacho no salía de su asombro:
pese a la hora necesitaba respuestas, y sabía bien dónde las
buscaría.
El
muchacho entró a la habitación de sus padres, quienes estaban
despiertos, vestidos y con la cama pulcramente armada. El adolescente
pasó por alto lo extraño de la situación, y les contó a sus
padres el tenor de las dos llamadas recibidas. Sus padres lo miraron
con cariño, y empezaron a contarle una historia inverosímil.
Los
padres le contaron que esa casa tenía más de cien años, y la
habían recibido como herencia de sus abuelos paternos: Sus abuelos
habían dedicado sus vidas al espiritismo, haciéndose famosos por
contactar almas de muertos con sus familiares, con un método jamás
divulgado. Los padres le contaron que esa línea telefónica era el
medio de contacto con las almas del más allá, que por eso la
mantenían funcional, y que estaba llegando el tiempo de heredar
dicho poder. El muchacho no creía nada, y apenas entendía lo que
sus padres le contaron. En ese momento la habitación de sus padres
pareció enfriarse rápidamente; de pronto de entre las sombras dos
siluetas aparecieron de la nada.
Cinco
de la mañana. El muchacho estaba sentado en su cama tratando de
entender lo que había sucedido. En la habitación de sus padres se
habían materializado las almas de sus abuelos. Ellos le explicaron
que el don que ellos tenían lo había heredado él, y por ende él
debía mantener la tradición familiar. El muchacho les dijo que
cualquiera podía contestar el teléfono, a lo sus padres replicaron
que ellos no eran capaces de escuchar las llamadas. En ese momento
sucedió algo incomprensible: las almas de sus abuelos
desaparecieron, y las figuras de sus padres también se
desmaterializaron. En ese momento el muchacho vio los cuerpos de sus
padres muertos en su cama. Ahora sólo le quedaba llamar a la policía
o a la ambulancia para que lo ayudaran con la partida de sus padres,
y luego ver cómo administrar su nueva condición.