El
gato lamía meticulosa y ordenadamente sus manos echado en el borde
del sofá de la casa. El animal llevaba siete años con la familia
que lo adoptó a los tres meses de vida, y ya estaba incorporado como
parte del entorno familiar. Sin ser considerado como un hijo por sus
humanos, el gato tenía el respeto y el cariño irrestricto de sus
dueños y a esa altura de su existencia, de sus amigos humanos.
Esa
tarde sus humanos llegaron a casa con una caja de cartón, el gato
automáticamente se puso de pie para agradecer el regalo que le
habían traído; independiente del contenido, la caja era regalo
suficiente para darle felicidad por un buen rato. Sin embargo los
humanos abrieron la caja frente a él: en ella venía un cachorro de
perro. El gato miró con desdén al animal, el cual fue puesto en el
mismo sillón en que estaba el gato. De inmediato el cachorro empezó
a moverse torpemente para acercarse al felino, al cual empezó a
hacer fiestas, siendo ignorado por el gato, quien simplemente siguió
lamiendo cualquier parte de su cuerpo.
El
cachorro ya llevaba cerca de un mes en la casa del gato, quien no
sentía estar siendo invadido, simplemente porque nunca había tomado
en cuenta al nuevo miembro de la familia. Pese a su llegada, sus
humanos seguían entregándole cariño, comida y cuidados, por lo que
para el gato nada había cambiado, salvo por los intentos del nuevo
animal de interactuar con él. El cachorro intentaba jugar con el
gato, mientras éste lo ignoraba del todo. La relación entre ambos
estaba establecida, y al parecer a ambos acomodaba el estado de la
situación.
Esa
mañana el cachorro estaba inquieto; el gato se sentía un poco
incómodo, pues el perro, en vez de molestar a los humanos, lo estaba
incomodando a él. El cachorro se movía incomprensiblemente frente
al gato, quien ya no podía hacerse el tonto con las fiestas que le
hacía el pequeño perro. El novel animal movía sus patas casi como
en una crisis convulsiva, y miraba fijamente por encima del gato; en
ese momento el felino terminó por incomodarse hasta tal punto, que
decidió golpear al perro, dejando de lado la diplomacia y las buenas
relaciones. El felino se puso de pie, y al mirar por encima de su
hombro, pudo entender al perro.
Los
humanos de la casa estaban sorprendidos, pues de la nada el gato
había empezado a acicalar al cachorro y a jugar con él como si
hubieran sido amigos desde siempre. El gato estaba agradecido con el
cachorro: el pequeño perro fue capaz de notar la presencia que había
llegado a la casa a importunar a los humanos antes que él mismo, lo
que le permitió neutralizarlo y así seguir protegiendo a la casa y
a los humanos. El cachorro había demostrado que podía servir de
algo, por lo que se había ganado el respeto del poderoso gato.