“El
monstruo avanzaba silente por los pasillos desiertos del edificio. La
bestia se dejaba guiar por el olfato para capturar a su siguiente
víctima. Sus nervios olfativos eran capaces de captar aquello que
alimentaba su cuerpo y su alma: el temor”.
El
escritor dejaba su mente volar para escribir su siguiente novela de
terror. Famoso en el país por sus historias retorcidas de monstruos
asesinos, ahora su mente estaba dando vida a una bestia que se
alimentaba del miedo de sus víctimas. El hombre era capaz de
describir en sus relatos el entorno de modo tal, que lograba que sus
lectores de verdad vivieran la experiencia de sus personajes; ello le
había forjado un nombre que estaba obligado a mantener en el tiempo,
si es que pretendía seguir viviendo de su arte.
A
las once de la noche el escritor desarrollaba la escena de cacería
de la siguiente presa de su protagonista. Encerrado en su habitación
e iluminado sólo por la pantalla de su computador, el escritor
creaba una atmosfera que hasta a él lo estaba asustando. De todos
modos el hombre vivía en un edificio seguro, vigilado las
veinticuatro horas del día, por lo que sabía que nada podría pasar
pese a que el miedo propio de su historia condicionara que cualquier
ruido pareciera algo que no podría suceder. El hombre escribía
febril, y sus letras avanzaban vertiginosamente acercándose al
climax de la historia.
Una
de la madrugada. El escritor avanzaba algo más lento en su historia,
pues la descripción del entorno lo estaba demorando. Media hora
antes había decidido usar los pasillos de su propio edificio como
inspiración para crear el entorno, lo que había facilitado un poco
el entrampado desarrollo. Justo cuando estaba describiendo el
instante en que el monstruo empezaba a forzar la puerta de entrada
del departamento de la víctima, escuchó un ruido fuerte en su
puerta; el hombre conectó su computador a una cámara de seguridad
que tenía instalada a la entrada de su departamento, y al ver que no
había nadie, siguió escribiendo. A esas alturas de su vida, el
escritor no iba a permitir que un simple crujido condicionara su
próximo best seller.
Una
y diez de la mañana. En su editor de texto el monstruo había
logrado abrir la puerta; en ese momento el escritor sintió que la
puerta de entrada se abría, y una corriente de viento se dejó
sentir en su espalda. El hombre activó la cámara de vigilancia, y
se dio cuenta que su puerta de entrada estaba abierta: el hombre tomó
un arma que guardaba en e cajón de su velador, se puso de pie y
recorrió ruidosamente el departamento sin encontrar nada. Luego de
asegurar la puerta de entrada, volvió a su escritura.
Una
y quince de la mañana. El personaje de la novela encontró la
habitación donde estaba su víctima, tomó el picaporte y empezó a
abrir lentamente la puerta. En ese momento el escritor sintió cómo
tras de sí se abría lentamente su puerta. El hombre levantó la
cabeza, luego de lo cual escribió la escena en que el monstruo
degollaba a su víctima y la devoraba, para después tomar el vaso de
whisky que tenía en el escritorio y beber un gran trago: al levantar
la cabeza vio por el espejo al monstruo que había imaginado entrando
a su habitación y quedándose quieto, esperando a que su mente
terminara de idear su propia muerte esa fría noche.