El
albañil miraba con curiosidad al gato que se paseaba señorial por
la obra. El animal parecía ser el dueño del sitio, mirando el
trabajo de cada obrero con desdén mientras paseaba con su cola
apuntando al cielo; el felino no parecía tener hambre ni sed, sino
simplemente curiosidad por el trabajo de los humanos en el sitio.
Luego de un par de minutos de observación, el albañil volvió a sus
labores olvidándose del gato.
Esa
tarde, después de la hora del almuerzo, el albañil estaba empezando
a levantar el muro del noveno piso del edificio; una vez instalada la
malla de acero el trabajador estaba colocando ordenadamente los
ladrillos para dar la forma de la muralla, cuidando la ubicación de
las ventanas según el plano del piso; el hombre llevaba más de
veinte años en la misma labor por lo que su tarea era meramente
repetitiva En algunos momentos de su vida empezó a sentir el peso de
la monotonía de su trabajo, pero cada vez que esa idea se pasaba por
su mente recordaba a su esposa y tres hijos, a quienes debía
mantener con su esfuerzo en las obras; aparte de su trabajo fijo, el
hombre también hacía trabajos particulares los fines de semana para
no llegar tan justo a la quincena y al final de mes, fechas en que
recibía su sueldo. El hombre era esforzado, pero le gustaba su
trabajo lo que le facilitaba bastante la vida.
Los
ladrillos estaban amontonados en desorden en una de las esquinas del
piso. El albañil había intentado ordenarlos pero era tal la
cantidad que le hubiera tomado la mitad de la jornada esa labor, por
lo que simplemente se acomodó a trabajar tal y como se los habían
dejado. Al hombre no le gustaba trabajar con el arnés de seguridad,
lo que ya le había traído conflictos con el jefe de la obra; en
general el albañil subía con el arnés puesto, pero al llegar al
piso en que estaba trabajando se lo sacaba por comodidad.
El
albañil fue a la esquina del piso a sacar veinte o treinta ladrillos
para seguir levantando el muro. Por el apuro no se dio cuenta que
había restos de cemento seco sobre el suelo, y al pisar en el lugar
se resbaló: el hombre perdió el equilibrio, y sintió cómo su
espalda se iba hacia el vacío. En ese momento apareció el gato,
quien cruzó su cola bajo el cuerpo del albañil, sosteniéndolo para
que recuperara la posición del cuerpo evitando la caída. El hombre
no lograba comprender cómo la cola del animal había sido capaz de
mantener su peso y evitar su caída. El albañil agradecido se agachó
a acariciar el lomo del gato, quien respondió ronroneando. Sus
compañeros de trabajo lo miraron asustados: primero había perdido
el equilibrio y una extraña fuerza lo había devuelto a su posición
inicial evitando su segura muerte, y ahora estaba agachado
acariciando el aire. Al parecer el susto había alterado su mente;
sin embargo se había salvado de la muerte, así que tenía derecho a
imaginar lo que fuera después de la incomprensible salvada que había
tenido.